NAGEL
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Por su propia disposición locativa y con su descarnado ademán carnavalesco, las figuras polícromas de Nagel crean un extraño ambiente de fiesta súbitamente interrumpida y acallada para siempre. La sólida contextura del poliéster ha congelado los gestos, y los personajes del salón han quedado petrificados en la solemne estupidez de sus pasos de baile. Parejas son, principalmente, los integrantes de esta enigmática ceremonia en cuya danza, definitivamente inconclusa, el ropaje lujoso de las distinguidas damas y el noble atavío de los respetables caballeros se han ido corroyendo, degradando, hasta dejar al desnudo el estado remoto de la frente y la nación reciente del estómago -dicho con palabras de César Vallejo-, vísceras interiorizadas y manifiestas vergüenzas.En su esperpéntico estar y aparecérsenos los momificados personajes de Nagel vienen a constituir algo así como una fiesta de fin de año que tuvo un fin definitivo. Y ahí están, con la mano (tal cual se les quedó para siempre) iniciando un gesto grotescamente insinuante y dramáticamente inexpresivo. Ahí están, señoras y señores, con las sayas y calzones a medio caer, a medio corromperse, a medio dejar entrever las inconfesables miserias de dentro y los ostensibles atributos de fuera: la soledad, la perplejidad, la bilis, los mezquinos pensamientos, los bajos instintos, el rosa, el verde, el amarillo de la descomposición, el sexo apolillado y la faz carcomida. EL PAIS - 01/06/1978 |