El articulista, gran conocedor de la Villa y Corte, avezado cronista de Madrid, describe aspectos de la personalidad del Tierno, que, enfermo, fue el pasado año a la mesa de operaciones con todo el sentido del humor intacto y que ha dejado la impropia de su humanismo y de su gesto afable en una ciudad castiza que casaba a la perfección con el temple del recién desaparecido.
“Hay que cortar por lo sano” Con estas llanas palabras, enteramente ajenas a cualquier resonancia metafórica, entró el alcalde de Madrid en el quirófano. Era “menester”—repetido con su propio acento – cercenar la parte gravemente herida para, posible salvación de la sana y al albur de lo que de la operación resultase. «Hay que cortar por lo sano- insistía el maestro camino del “hule”-en ciertas ocasiones hay que hacerlo.» Y no se refería, digo, al caso aquel en que quien ostenta autoridad ha de adoptar medidas tajantes a lojos de los otros que obedecen.
El tajo no era otro que el del bisturí en sus propias carnes. Por su propio pie (como lo hacen matadores de ley) se fue Don Enrique a la enfermería. Entro “sin mirarse en un gesto de buena torería, dejando confiada gravísima cornada, cual ordena el rito, a los médicos de la plaza. Llegó a la clínica con la sonrisa en los labios y el esmero de la disculpa para los informadores: «Siento mucho haberles hecho esperar.» Fiel a si mismo, representante inimitable de si mismo en cada uno de los episodios del quehacer municipal, tuvo a bien mantener, a la hora del dolor, la serena ironía que tan suya le era a diario.
Ocurrió cuanto digo el 6 de febrero del año pasado, siendo él mismo quien, horas antes, había comunicado la noticia a los otros miembros del concejo. Y como alguien a las puertas del sanatorio lamentara la desgracia del lance, el señor alcalde halló ocasión oportuna de puntualizar, a la luz del buen lenguaje: «No, no estoy aquí desgraciadamente, estoy aquí efectivamente ¡Buen empleo, don Enrique, del adverbio y mejor uso de las circunstancias de tiempo y lugar! El «aquí» y el ahora son, en efecto, los que constan y preceden por lógica y cronología al porvenir.
Al margen enteramente de aciertos o errores en la gestión municipal, es lo cierto que don Enrique se granjeó la simpatía del común. Ni con lupa puede darse con un personaje más popular por estos pagos que el ilustre desaparecido. Parecía como si hubiera sido desde siempre alcalde de la Villa y Corte o que seguiría siéndolo acá o allá del censo electoral, por encima o por debajo del partido en el poder. Le vino, vale decir, la investidura a los hombros por legitimidad «humanística» antes que “constitucional”, no habiendo en su caso otra “constitución” que la suya propia; aquella con la que llegó al mundo y por cuya sola gracia hizo él de su «cultivo» su propio personaje.
El alcalde de Madrid era un «humanista» en sentido estricto. Llamaron los romanos “humanistas” (humanidad) a la «cultura» por entender que tal y no otra es la nota distintiva del hombre en cuanto que hombre, traducida en aquello, justamente, que nos diferencia de los otros animales: el lenguaje. El ingreso de don Enrique en la clínica ha dejado en claro el muy feliz maridaje que primero le llevó a la Universidad y luego a la Alcaldía. De su “lenguaje" desprenderás su «humanidad». ¿Una prueba? «Las enfermedades son inevitables; un precio a pasar por el mero hecho de vivir.» Viviendo, el hombre se liquida. Entender lo uno —daba en el clavo Tierno con risueño estoicismo— es aceptar lo otro.
«Don Enrique sabe latín», era frase compartida por los convecinos; compartida e interpretada en todos sus significados. Y. efectivamente, el «viejo profesor» conoció en la «latinidad» la fuente de la “humanidad” y el cauce sereno del «lenguaje». De “latín y Humanidades» se conformaban sus decires y sus saberes. ¿Para que sirve el latín?, seguirá preguntándose algún badulaque. Para hablar (sobre todo cuando se ocupa sillón público) con aquella corrección que la autoridad y la simple convivencia demandan. No son pocos los puntos que sobre las «íes» puso don Enrique a la expresión de alguno de sus correligionarios: Que su apariencia, y su habla fueron, de vez en cuando, aliñado contrapunto a la expresión, entre hortera y “macarra”, de muchos de los políticos, al uso y al abuso.
El 6 de febrero de 1985 entraba Tierno Galván en el quirófano con la serenidad y buen paso de quien atrás deja bien ejecutada la faena. Quedó hospitalizado en la habitación 517. El pasado miércoles, 15 de enero, volvía, herido de muerte, a esa misma habitación con la afabilidad y la ironía por fieles compañeras: “He recorrido un largo camino, pero me queda todavía mucho por recorrer”. Tanto, en efecto, como lo que de aquí va a la eternidad. ¿Mis datos para la crónica de la propia crónica? Falleció el pasado domingo, día 19, y hoy, martes, 21 de enero, darán sus restos mortales una vuelta de honor por la plaza de Cibeles (¡olé!, profesor) como lo hacen por la de las Ventas los de diestro llamado por el destinó.
Aprendan la lección aquellos representantes públicos prestos a vociferar en cuanto se les pisa el callo. No hace mucho compartí con don Enrique una mesa redonda sobre “cultura y tauromaquia”. Mas atento a aquello que a esto, entendía el profesor la “fiesta” como “fenómeno sociológico”.Hoy me toca a mí decir que el fenómeno sociológico era él en persona, y el ejemplo también para “figuras” de quien por su pie entra en la enfermería tras haber aguantado la cornada “sin mirarse la ropa”.
DIARIO 16 - 21/01/1986
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