Entre el frío y el calor anda el caso de la OTAN; entre la frialdad de la mente y el latir del corazón. Lo que se prometía trepidante debate político, a pique está de parar en enigmático parle meteorológico. Depositar el «si» en las urnas significa, al menos para el Gobierno, acatar el dictado de la razón “por el interés de España” y a la contra de otras solicitudes venidas del sentimiento y hasta hace no mucho predicadas. El «no» entraña, por su parte, lo visceral, lo obediente a impulso, sea cual fuere la angulación —- que las hay para todos los gustos del volante- y sin entrar pan nada en aquella «verdad del corazón» de que hablaron, entre otros, Pascal y Unamuno.
En modo alguno pretenden estas líneas exceder la cuestión (grata, como pocas, a McLu-
han) de la «temperatura de un mensaje», de cualquier mensaje, y muy mal hará quien en ellas quiera adivinar ocultas razones políticas. O frió o calor, lo demás es «tibieza». El “si” viene o vendría determinado por la frialdad de juicio, con todos sus riesgos; y por el ascua del deseo, el «no», con todas las consecuencias. Buena prueba de ello es que el Gobierno ha tenido que dar de lado (y así lo reconoce) el latido del corazón para recabar el voto afirmativo de los «razonables» (de este y aquel bando), quedando
el negativo confinado a la pasión de los «extremistas» (de uno y otro signo».
¿La abstención? Rara vez se habrá dado una contradicción tan patente como la aireada por sus impulsores. Mente y corazón de los «populares» (en ello difieren del Gobierno») están por el “si”; lo estuvieron ayer, lo estarán mañana, lo estarán siempre..., excepto hoy, día del referéndum. Su silencio no es más que un castigo (que sin duda lo merece el partido en el poder, pero no ahora) ante una consulta que ellos suponen confusa y plebiscitaria. Ardiendo, como arden, por la permanencia de España en la OTAN, se quedarán en casa hoy, con los píes metidos en cubo de agua helada...para dar en lo «tibio».
Proviene esta voz del adjetivo latino “tepidus”, que significa exactamente eso: el grado medio entre el frió y el calor, en sentido literal y con alcance figurado. Y a grado tal se acogen nuestros insignes «abstencionistas» en un rasgo de raro masoquismo o en actitud análoga o la del parroquiano aquel que salió del sermón dominical con los pies fríos y la cabeza caliente. Les arde la cresta y se empeñan en refrigerar los juanetes; acuden a lo que los romanos llamaban “tepidarum”, lugar de las termas caracterizado por lo templado de las aguas y los gestos, y terminan por desoír la amenaza mismísimo Jehová: -“Porque no eres ni frío ni caliente te vomitaré de mi boca.»
Entre el frío y el calor anda el juego. El «si», dimanado de lo uno, y el «no», alentado por lo otro, entrañan actitudes consecuentes. Pocos serán, en efecto, los que voten en blanco, y menos aún quienes lo hagan por vía de nulidad. La verdadera «nulidad» (en su acepción más amplia) radica en la premeditada «tibieza» de los «abstencionistas coyunturales» que, contrariando su propio deseo, se empeñan en mantener el voto entre dos aguas y el culo entre dos sillas. Y no olviden lo que de ellos (o de los de su estirpe) advierte Montaigne: “Los que tienen el culo entre dos sillas son inoportunos, ineptos, peligrosas; ellos son los que verdaderamente trastornan el mundo.”
DIARIO 16 - 12/03/1986
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