Véase alterarlo o no el producto (de la discordia, en este caso), el ornen prelatorio de los factores es, me creo, el que aquí se apunta: Sarabia y Clemente. La «inspiración» del artista debe, en efecto, anteceder a la «aspiración» del preceptor, y la gracia exige siempre ir delante de la tecnocracia. ¿Lances sólo del juego? Buen jugador (en el doble sentido, de «diversión» y de «riesgo», que el vocablo incluye) es justamente aquel que rompe los esquemas del propio juego, pareciendo pretencioso y vano el propósito de someter a la norma estática del reglamento (o del “banquillo”) lo que brilla y vuela por encima de cualquier previsión.
Compara Ortega a la humanidad con una mujer que se enamora de un artista por ser artista y luego riñe con él porque no vive como un jefe de negociado. Don José Ortega y Gasset trae a cuento el símil a propósito de Mirabeau y de las reticencias o salvedades de algunos personajes de su tiempo a la hora de rendirle aquellas pompas fúnebres (que hasta en esto los hay cicateros y mezquinos) reseñadas sólo a los varones venerables. ¡Quien habla brillado con luz propia en la Francia de su época no merecía por su propio fulgor (y por descaro no menos propio) ser enterrado entre los sempiternamente atentos al dogma preestablecido de la venerabilidad!
¿Cumplía a Mirabeau el tratamiento de venerable? Más bien el de protagonista singular, en posesión de una clarividencia prodigiosamente imprevisible para los asuntos públicos, y toda suerte de veleidades y licencias (escándalo incluido) en lo tocante a su vida privada. Vano y pretencioso, insisto, atener su andanza al certificado aquel de «bueno conduelo» en que los más suelen descubrir (y proclamar ame el vecindario) sus senas de identidad y venerabilidad. Mirabeau era Mirabeau. Exigirle la conducta del común equivale a espetar, así por las buenas, que un ave de altanería se comporte como una gallinita de corral, alicorta y picoteadora.
Salve el lector cuantas distancias se le antojen y preste atención a los dos términos arriba sugeridos si llegar quiere con algún tino a la raíz de la discordia. Sarabia es la “inspiración” y Clemente, la «aspiración», inspirar equivale a remitir el aire (o el espíritu) hacia dentro, viniendo en sentido filosófico a identificarse con aquella muy singular lucidez que en cieno; momentos, y de forma espontánea, pone en marcha el proceso creador. Coincidente en principio con el acto de airear los pulmones, “aspiran” termina por definir, en su acepción más usual y divulgada, todo lo contrario: atender a lo que está más allá de uno mismo.
El «inspirado», en fin, se nutre de sus propias imágenes, en tanto tiende el «aspirante» a cifrar fuera de si sus ambiciones. Sarabia es «sujeto de inspiraciones certeras» (con una jugada suya, España se plantó en la final de la Copa europea, y estará, por otra de sus gracias, en el Mundial de México). Clemente es “hombre de aspiraciones sin límite” (raro es el día en que su voz no salta a los «papeles» y a equipos de postín se dirigen sus tejos). ¿Raíz del conflicto? Tipo “inspirado” en sus días de jugador, Clemente se prendó por un tiempo del arte de Sarabia, intentando luego convertirlo («¡error, grave error!» en disciplinado y venerable burócrata.
DIARIO 16 - 03/02/1986
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