ORCAJO
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Tiene esta exposición la rara virtud de disuadirnos de aquello mismo que el primer golpe de vista parece suscitar. Apenas asomados a ella, chocan nuestros ojos con un fascinante conjunto de arquitecturas, nada ajenas a los sueños febriles de Sant'Elia, a las metafóricas maquinaciones de Hans Hollein, a las utopías colosales de Soleri, Yonas, Katavalos, Kiesler y ciertos devotos de Archizoom, a las racionales incursiones en el absurdo intentadas por Wachsmann, a las edificaciones imposibles de algunos de los actuales y más celebrados maestros ingleses... Todo el fulgurante universo de lo que, de forma muy genérica, podríamos denominar futurismo arquitectónico se nos presenta de golpe en las pinturas de Orcajo, y de golpe se desvanece, hasta el extremo de inducirnos a replantear el caso desde una consideración antagónica. Bajo apariencia inmediata de futurismo, las pinturas de Orcajo pregonan una actitud decididamente antifuturista. La fantasía arquitectónica y urbanística que el futurismo concibió como imagen de una aventura pluridimensional, abierta a la risueña perspectiva del porvenir y alegremente confiada al despliegue y engranaje de la máquina, sigue en los cuadros de Orcajo siendo máquina, pero máquina de tortura, de reducción a la inanidad, que aboca al hombre a aceptar su sola e ineluctable unidimensión de transeúnte, con el trepidante acompañamiento, eso sí, de planificaciones y programas, códigos y semáforos. Lo que para los futuristas fue, en fin, profecía, es para Orcajo memoria. EL PAIS - 26/01/1978 |