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ORCAJO

Tiene esta exposición la rara virtud de disuadirnos de aquello mismo que el primer golpe de vista parece suscitar. Apenas asomados a ella, chocan nuestros ojos con un fascinante conjunto de arquitecturas, nada ajenas a los sueños febriles de Sant'Elia, a las metafóricas maquinaciones de Hans Hollein, a las utopías colosales de Soleri, Yonas, Katavalos, Kiesler y ciertos devotos de Archizoom, a las racionales incursiones en el absurdo intentadas por Wachsmann, a las edificaciones imposibles de algunos de los actuales y más celebrados maestros ingleses... Todo el fulgurante universo de lo que, de forma muy genérica, podríamos denominar futurismo arquitectónico se nos presenta de golpe en las pinturas de Orcajo, y de golpe se desvanece, hasta el extremo de inducirnos a replantear el caso desde una consideración antagónica. Bajo apariencia inmediata de futurismo, las pinturas de Orcajo pregonan una actitud decididamente antifuturista. La fantasía arquitectónica y urbanística que el futurismo concibió como imagen de una aventura pluridimensional, abierta a la risueña perspectiva del porvenir y alegremente confiada al despliegue y engranaje de la máquina, sigue en los cuadros de Orcajo siendo máquina, pero máquina de tortura, de reducción a la inanidad, que aboca al hombre a aceptar su sola e ineluctable unidimensión de transeúnte, con el trepidante acompañamiento, eso sí, de planificaciones y programas, códigos y semáforos. Lo que para los futuristas fue, en fin, profecía, es para Orcajo memoria.

Memoria ¿de qué? La identidad de la ciudad de nuestro tiempo (igual a sí misma y a sí misma y a sí misma ... ) hace, a juicio de algunos psicólogos, que los niños crezcan sin recuerdos, esto es, sin patria conocida. Si, de acuerdo con Rilke, la patria del hombre es su infancia, vale decir (¡sarcasmo de sus actuales pujos autonómicos!) que el hombre contemporáneo carece de ella. Nacido sin el refrendo de un entorno identificable, crecerá y madurará desprovisto de referencias originarias, de raíces genuinas, de suelo nutricio, de patria. Exento de recuerdos, o ligado a uno solo que le hace reflejarse en el muro acristalado del rascacielos de enfrente (igual a sí mismo y al otro y al otro ... ), termina el hombre por quedar reducido a pura y dramática silueta. A eso, exactamente, reduce Orcajo la memoria del hombre: a la silueta de su cabeza (únicamente de su cabeza) que por arte de magia se abre en dos mitades y nos descubre sus recuerdos. ¿Cuáles? Su total negación o el agobiante suma y sigue de unos colosales edificios cuya sistemática repetición raya en la sinonimia y somete a tajante unidimensión todo intento libertario. Siluetas internamente animadas por la ley que impone el sistema subyacente y unidimensional, y externamente definidas por el rasgo gigantesco de su propio vacío. Recuerdo sin recuerdos y futurismo sin futuro.

EL PAIS - 26/01/1978

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