JUAN DE LA SOTA
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«Usted se encuentra muy retrasado respecto de su siglo -decía un filósofo a un artista- si cree que carece de interés saber el tiempo que hacía en Roma el día en que César fue asesinado.» Tomada de Charles Blanc, la cita precedente quiere poner de manifiesto cómo aquello que (con un matiz, incluso, de subordinación o indiferencia) llamamos las circunstancias tiene, de hecho, un valor más constante y sustantivo que el suceso humano (gesta, empresa, hazaña o infortunio) en ellas contenido. Las circunstancias son, a fin de cuentas, la expresión directa de la naturaleza y de la vida, en cuya diaria y enigmática duración se produce el efímero acontecer del hombre. Las obras de Juan de la Sota abren de par en par sus reducidas dimensiones a la efusión, unívoca y absoluta, de las circunstancias. Para nada cuenta en ellas el suceso del hombre, si no es en la forma pasiva de la contemplación. Se limita el artista a captar en la naturaleza a la redonda el acontecimiento circunstancial de la propia naturaleza. El pintor viene a darnos simple y puntual noticia de la rara densidad atmosférica de un jueves por la tarde, o a advertirnos sin más, cómo declina el sol, crece la hierba, se disuelve una nube, se filtra la lluvia, se agita la copa de un pino, amarillea el suelo, brotan las raíces, se parte en dos mitades el horizonte... y deja su indescifrable señal el lucero del alba. EL PAIS - 23/03/1978 |