Pasear por el museo de Escultura de la Castellana induce a lamentación y a protesta. En poco más de cuatro años el territorio lúdico-artístico que con tantos afanes se abrió bajo el puente de enlace entre las calles de Juan Bravo y Eduardo Dato ha venido a parar en aquello, justamente, que trataron de impedir sus proyectistas, los ingenieros José Antonio Fernández Ordóñez y Julio Mártínez Calzón, diseñadores, también, y en estrecha colaboración con el escultor y pintor Eusebio Sempere, del ámbito museístico, e impulsadores incansables de su materialidad, vida y obra.La creación de este museo de, escultura abstracta obedeció, desde sus orígenes a un noble empeño: en salvar, valorar y dar vida al espacio interior e inferior de dicho puente viario, que de otra suerte se hubiera convertido en el consabido estercolero o urinario eventual, o hubiera servido al acomodo del aparcamiento de turno, o hubiese propiciado la instalación de unas cuantas galerías comerciales. Y la verdad es que si tales y otras aberraciones urbanísticas se vieron inicialmente impedidas, el estado actual de lo. entonces hecho, y, bien hecho, es de absoluto y lamentable abandono: muchas de las losas se han cuarteado; ofrece riesgo al viandante la inestabilidad de más de un peldaño; se han ido derrumbando los bancos de asiento, desplomándose las luminarias del suelo y del techo y perdiendo decoro los antepechos y barandillas... El creciente grado de suciedad y una patente falta de vigilancia han causado, en fin, visible deterioro a algunas de las esculturas, en tanto permanece vacío y expectante el espacio que se ideó, como propio, para la de Chillida.
Puede y debe, cuanto antes, volver a ocupar el lugar de su pertenencia aquella contundente y airosa mole de hormigón que la voz popular, en, atención a su prolongada estancia sobre unas maderas, bautizó con el nombre de Sirena varada. Eduardo Chillida es el primero en desear el retorno de una obra que, apenas prohibida en suelo madrileño, causó sensación en la exposición que de ella se hizo en París, y luego fue donada por su hacedor a la Fundación Joan Miró de Barcelona. Tampoco hay actualmente la menor traba o cortapisa por parte de dicha fundación, ni de su titular, quien incluso subordina al retorno de la de Chillida, el regalo de una escultura suya a nuestro museo de la Castellana. Lograr, pues, lo uno es ver inmediatamente posibilitado lo otro: ¡Chillida y Miró, mano a mano, en un mismo paraje madrileño!
Resulta hoy incomprensible imaginar que, por capricho de la autoridad municipal (o por la abierta hostilidad de otros sectores más encumbrados) se viera el pueblo de Madrid privado de una obra magistral, generosamente donada por su autor, como igualmente lo fueron las de los otros catorce escultores representados en el museo, a quienes únicamente se compensó, por propia voluntad, en lo tocante a materiales y mano de obra. Resulta igualmente impensable que el importe global (continente y contenido) del museo no excediera los diecinueve millones de pesetas, cuando el valor de alguna de las esculturas a él donadas duplica y aun triplica esa cantidad. Vale, por último, comparar esta apretada cifra con los aproximados mil millones de pesetas que ha costado la recién inaugurada plaza del Descubrimiento, y dependencias subyacentes, muy distantes, la una y las otras, de poseer una sola obra de análoga calidad y cotización a escala mundial.Presidida por los proyectistas e incansables animadores del museo, Eusebio Sempere, José Antonio Fernández Ordóñez y Julio Martínez Calzón, se ha creado una especie de comisión de defensa y se ha dirigido una carta circular a los futuros asociados y simpatizantes, encabezada de esta suerte: «En la primavera de 1972, a punto de finalizarse las obras, el entonces alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro, nos impidió por la fuerza la colocación de la escultura de Chillida, así como la de Joan Miró, sin ninguna razón técnica que justificase esta postura que, en aquel momento, sólo podía entenderse como una actitud política contra lo que el museo representaba.»
El documento atribuye al Ayuntamiento de Madrid en general, y a la particular desidia de los alcaldes sucesivos, el estado de práctico abandono en que se encuentra el parque-museo de la Castellana, al tiempo que justifica la necesidad de la naciente asociación como medio de presionar ante quien corresponda, en torno a estos extremos perentorios: restaurar las esculturas dañadas; efectuar una limpieza periódica sobre todas ellas; reparar los desperfectos materiales del lugar; promover la creación de un patronato que vele por el mantenimiento del museo; agradecer públicamente a los artistas -cosa que el Ayuntamiento aún no ha hecho- la desinteresada donación de las obras.... y conseguir que retorne a su espacio la escultura de Chillida, junto con la de Joan Miró.
EL PAIS - 06/10/1977
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