De las referencias con que Jesse A. Fernández adorna la cita de cada una de sus creaciones se colige fácilmente lo amplio y actualizado de su complexión cultural. Los nombres, entre otros, de Miles Davis, G. Bruno, Valle Inclán, Deleuze, Charlie Parker, Pico de la Mirandola, Nietzsche, Baudelaire, Pound, Kafka, Borges, Carpentier, El Johar, Proust, Elliot, Freud, Pascal, Poe, Valery, Levi-Strauss, Duchamp, Heidegger, Cernuda, G. Scholem, De Quincy, Rose Slavy, Buckhart, Blake, Milton, Lacan, Verne.... vienen a indicar, al pie de cada obra, su específica intención, mejor que significado.No ocuIta Jesse A. Fernández sus propios orígenes, nutrición y crecimiento; nos revela, más bien y con todo detalle, el campo, las lindes y orientaciones de su juego. Si el arte es cosa mental, quiere nuestro artista distender el campo de su pensamiento, de sus meditaciones, sabiéndolo propio y muy propio de la cultura. Como saliendo al paso del ajeno desparpajo artístico (portador de una supuesta leyenda machista-acultural), Jesse A. Fernández parece acomodar, con todos los respetos, la consciencia de sus actos al conocido consejo de Duchamp: «No sea usted bestia como un pintor.»
Sus obras nacen del paisaje y, una vez creadas, se avienen al paisaje. Pero, ¿qué tipo de paisaje? El suelo mismo de la cultura. Al igual que los pintores tradicionales tomaron de la naturaleza el telón de fondo de sus composiciones y figuraciones, así Jesse A. Fernández tira del cajón de la cultura secular, desparrama todas las palabras que la dieron nombre y, sobre su propio escombro paisajístico, elabora con paciencia y morosidad el argumento de sus fábulas (debidamente dedicadas o referidas), y luego las abre y las cierra como si de cajas se tratase.
Jesse A. Fernández expone cajas. Tal es el título a que se acomodan sus obras y no otra la disposición que las da apariencia a los ojos. ¿Cajas para ofrecer, o para ocultar? Emulando la solución que Duchamp (Good-bye, Marcel) dio al enigma de la puerta, nuestro artista nos ofrece cajas que sirven, simultáneamente, para ser abiertas y cerradas: cajas que se cierran, con sus propios elementos materiales (signos y letras del ayer), al conceptualismo secularmente transmitido y al lenguaje heredado, al tiempo que se abren, desde su propio escombro cultural, a nuevas posibilidades del conocimiento y la creación, sin mediaciones.
La exposición de Jesse A. Fernández es sólo parte de su dedicación. Conozco suficientemente su quehacer y lamento, muy de veras, que la presencia de estas cajas de doble función y complemento no se vean acompañadas de sus pinturas abstraccionistas, basadas en la pura meditación del plano y nada ajenas a las novísimas experiencias de los Supports I Surfaces.
De entre todas las citas o referencias que Jesse A. Fernández aduce al concierto de sus creaciones, se me ocurre la más oportuna, aquella que, fundada en un texto de Delcuze, dice así: Correspondencias. Diferencia y repetición. Lejos de toda antítesis, es, justamente, un mismo carácter de correspondencia (o de igualdad) el que nos cabe establecer entre lo eminentemente repetitivo y lo diferente. Asomar el suceso diario al borde de lo que no es como él equivale, de algún modo, a repetir sin tregua lo cotidiano (lgual a sí mismo, y a sí inismo, y a sí mismo ... ) para descubrir su propia extrañeza (-) diferencia o límite con lo otro.
Las pinturas abstraccionistas de Jesse A. Fernandez son, exactamente, eso: pantallas de lo diferente, propuestas a los ojos del contemplador como contrafaz de la apariencia cotidiana, fuente de meditación y de responsabilidad. Las cajas que hoy nos ofrece abarcan, con una misma intención, el colmo de lo repetitivo: se conforman en la reiteración sistemática de los signos (desposeídos de todo significado) y formas vacías de lenguaje que parió la cultura, y se nos muestran como cosas entre las cosas, inexorablemente encadenadas y extrañas o diferentes.
Por concluir, diría, ante estas cajas de Jesse A. Fernández y con el apoyo de un texto de Dollé: «Meditar: meditar la cosa. El pensamiento es la meditación de la cosa.
¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que, en un primer momento, la meditación es siempre meditación de la cosa, y la cosa es lo que nos es más próximo y sobre lo que se produce un constante retorno; la cosa es el término de un viaje sin término en el que la meditación es el camino.»
EL PAIS - 14/10/1976
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