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El insólito "Club de La Herrería"

Obvio parece que un club de golf no constituya noticia ni proporcione argumento al comentario propio del arte, a no ser que haya sido fundado a expensas de algún tesoro histórico-artístico directamente vinculado a un Patronato que debiera velar por él como parte integrante del patrimonio nacional, acervo común de todos los españoles. El caso se haría aún más paradójico si, además de la caprichosa concesión de los terrenos, del lado de la autoridad, los propios subordinados o encargados de atender a dicho tesoro dedicaran su empleo a cuidar de unas instalaciones deportivas, o que imprescindibles servicios, como el del agua, recabasen atenciones prioritarias de éstas, en perjuicio de aquél.¿Se imagina usted que, desde hace unos cuatro años, el Jardín de los frailes, del monasterio de El Escorial, haya quedado convertido, por falta de riego, en una especie de erial o barbechera, en tanto el club de marras, dependiente del patrimonio de dicha entidad, monástica, nada en la abundancia del líquido elemento para el buen cuidado de pistas y praderas y ornato conveniente de los jardines de su chalet social? ¿Creería que, al propio tiempo, los jardines de las Casitas de arriba y de abajo (soberbias obras, ambas de Juan de Villanueva) se hallan más que desatendidas, con las estufas abandonadas y sin la debida reposición de árboles en los paseos?

¿Se le hace a usted concebible que, frente a la patente penuria acuática en el recinto histórico-artístico, se haya reconstruido la presa del Batán, con el adecuado complemento de un depósito elevado, a fin de mantener en perenne verdor (que dijo el clásico) las pistas y jardines de un llamado complejo deportivo? ¿Cabe en la cabeza de usted, o de cualquier razonable ciudadano, que los dichos golfistas hayan ocupado parte del jardín de la Casita del infante don Gabriel y hasta hayan derribado algunos de sus muros para instalar el chalet de los niños (de los abonados) y dar paso a una calle de juego? ¿Daría crédito al hecho de que los jardineros del club sean los mismos del Real Sitio, o que los pintores del monasterio cumplan funciones de bañeros en la piscina de la tal entidad deportivo-social, pero menos?

Este y no otro es el caso del autotitulado Complejo Deportivo de La Herrería, primordialmente destinado al ejercicio golfístico y acogido a tal denominación por hallarse enclavado en una buena parte de la finca así bautizada, propiedad del Patrimonio Nacional, a través del Patronato del Monasterio de San Lorenzo El Real de El Escorial, desde que lo instituyera el rey Felipe II en cumplimiento de un voto de gratitud por la victoria obtenida, en San Quintín, sobre las tropas francesas, el 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo. Un caso más de las mangas y capirotes que del Patrimonio Nacional se han venido haciendo a favor de su particular régimen de absoluta independencia económica e indivisible unidad jurídica, de acuerdo con la ley fundacional de 7 de marzo de 1940.En el preámbulo de dicha ley se nos dice textualmente: «Los bienes constitutivos del antiguo Patrimonio de la Corona estuvieron asignados al uso y servicio del Jefe del Estado, como la más elevada representación nacional. Al modificarse ésta con la República, la ley de 22 de marzo de 1932 los desvinculó de su antiguo y propio destino, dándoles aplicaciones varias, sin sentido útil algunas, partidistas y sectarias las otras. Recobrada por la Jefatura del Estado la plenitud de su tradicional significación, debe volver el antiguo Patrimonio de la Corona a servir en el alto fin para que fue constituido.»

Sin entrar ni salir en la rectitud de intenciones del texto preambular, se me ocurre dejusticia señalar que de esas aplicaciones varias (por sectarias, partidistas e inútiles que al nuevo legislador le parecieren) no fueron pocas las que con la República hallaron un destino más común o menos privatizado que con los regímenes precedente y subsiguiente. Justicia obliga igualmente a reconocer que en el período republicano pudo la Hacienda Pública ejercer sobre ellos algún control legal, frente a la absoluta autonomía económica e independencia jurídica que el nuevo régimen especial regalaba en bandeja al Patrimonio Nacional a la gestión de sus más directos responsables.

A todo ciudadano consciente ha de patecerle justa y necesaria la idea de desamortización, concesión, venta o alquiler de aquellas propiedades del Patrimonio Nacional que se avengan a públicas demandas o tiendan a remediar perentorias exigencias sociales. No creo, sin embargo, que obedezcan a unas u otras, algunas concesiones como las del Club de Campo o de Puerta de Hierro, o la tala y venta sistemática de las maderas de Valsain (los más codiciados pinos del país), más el propósito de urbanizar alguna de sus zonas, o inesperadas transformaciones como la operada en terrenos de El Buen Suceso (pese a lo que diga el cartel que preside actualmente el solar), o la privatización de parcelas tan significativas como las de La Florida y Puerta de Hierro, en Madrid, con destino a viviendas, y no precisamente de las llamadas sociales.

En este estado de cosas es donde hay que situar la peregrina institucíón del Complejo Deportivo de que se ocupa mi comentario, vulgarmente conocido, por razones ya dadas, como Club de Golf de, La Herrería. Se iniciaron las costosas obras del campo de gol en 1964, sobre terrenos del Patronato del monasterio de San Lorenzo El Real de El Escorial, y con fondos del Patrimonio Nacional, dueño y señor, a la postre, de lo uno y lo otro. Se concluyó en 1967, incluyendo actualmente el chalet social, instalaciones propiamente golfísticas y otras de diverso esparcimiento deportivo, piscinas, pistas de tenis...), además de la ya citada presa y conducciones destinadas al riego.

De las quinientas hectáreas que conforman la finca de La Herrería, ochenta han sido ocupadas por el Complejo Deportivo que ha usurpado su título. El paso del ferrocarril produjo un corte en los terrenos de dicha finca, en la zona, concretamente, denominadá La Manguilla, donde en 1960, y no sabemos al amparo de qué ley, se afincó una urbanización, al tiempo que parece promoverse otra en la demarcación comprendida entre el límite del ferrocarril, la carretera de Avila y la ya urbanizada extensión del Prado Tornero. A tenor de lo visto y lo que aún ha de verse, no es osado premonizar que, en breve tiempo, de la histórica Herrería no va a quedar más que el nombre.

No imagino que a nadie le pa rezca desacertado el que esta y otras extensas parcelas del Patrimonio Nacional se acomoden a naturales esparcimientos y prácticas deportivas, siempre y cuando sean objeto de común disfrute o atiendan a demandas populares. ¿Un campo de golf, con sus otros complementos deportivos, en una de las parcelas de la histórica Herrería? Perfecto. ¿Por qué han de darnos fama universal los San tana y Orantes a base de recoger las pelotas de los señoritos? ¿Por qué Severiano Ballesteros ha de divulgar el nombre de España por los cinco continentes tras haber cargado una y otra vez con los palos del amateur de turno, por qué no fomentar indiscriminadamente y en suelo de todos,aquellas especialidades del deporte en que parecen sobrepujar los valores de la raza?No. No son éstos, a lo que se ve, los propósitos del digamos furtivo club escurialense, aunque lo relativo de su razón social bien pudiera hacer factible en su propio terreno la práctica democrática del aristocrático deporte. Con las pertinentes reformas legales, la hoy dudosa institución debe seguir adelante. Sería absurdo dar al traste con un tinglado que no pocos dispendios ha acarreado y sigue acarreando, del Patrimonio Nacional. De probarse anomalías jurídicas en la entidad usufructuaria, que se arbitren otras fórmulas de disfrute o que se convierta, por ejemplo, en escuela nacional de golf. Y si su actual situación se ajusta a derecho, que se le provea del adecuado estatuto, que hoy dista mucho, me creo, de poseer.

Dependiente de un Patronato de específica encomienda (y no precisamente golfistica) y propiedad, en todo caso, del común Patrimonio Nacional, difícilmente puede ostentar plena personalidad jurídica el Complejo Deportivo de La Herrería. Ocurre, en efecto, que ni sus normas privadas constituyen reglamento propiamente dicho, ni sus socios lo son en estricto sentido. Su misma normativa interna así lo reconoce, textualmente y con mayúsculas, en el primero de sus apartados: «Los usuarios de este compie.jo son únicamente ABONÁDOS.» Y por si cupiera alguna duda o hubiese pie a diversidad de interpretación, más adelante agrega: «No tienen derecho a retrotraer su cuota de entrada si solicitan su baja como abonados.»

Drásticas medidas que en el capítulo de atribuciones, que al presidente competen, llegan a adquirir rango poco menos que dictatorial: «La hoja de inscripción se presenta en la presidencia, y una vez examinada por el presidente-y es admitido (entiéndase el solicitante) se le comunica tal admisión y se le piden fotografias por duplicado.» Este texto, que no puede desmentir una cierta remembranza surrelalista, se ve corroborado, junto con el anterior, por este mazazo final: «Todas las modificaciones, reducciones y ampliaciones de las normas que rigen el club son dictadas por la presidencia, sin que ningún abonado pueda dar opinión alguna al respecto. Por ello, al fundarse el club, se dio la nominación de abonados y no de socios.»

Esta es, en síntesis, la historia del Club de La Herrería, y tales son sus cartas. credenciales, sostenidas por las anchas espaldas de todo un Patrimonio Nacional y de un Patronato que debía haber estado un tanto más atento a los asuntos histórico-artísticos de su específica competencia. No creo que sea abusiva petición el que losjardineros del monasterio vuelvan a ocuparse del abandonado Jardín de los frailes y de las Casitas de arriba.y de abajo; que los eventuales bañeros del club vuelvan a cumplir su originario oficio de pintores del Real Sitio; que se repare el muro abierto en las dependencias de la Casa del infante don Gabriel; que las praderas de La Herrería pasen a ser del común (tal como están y con la cuota pertinente); que el arte y la historia retornen al lugar que mejor les cuadra... y que haya, en fin, agua para todos.

EL PAIS - 04/09/1977

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