España es el país del «triunfo moral» y la «octava maravilla». Siendo sólo tres los que suben al podio siempre hay, salvo excepción, algún celtíbero que entra el cuarto. ¿Comentario habitual tras lo ocurrido, y también salvo excepción? «La victoria moral ha correspondido a España» Para el resto vale la denuncia de jueces corruptos, la falta de aclimatación, lo penoso del viaje..., o la cierna proclama de no haber enviado musirás naves a luchar contra los elementos. De tiempos de Felipe II para acá poco, parecen haber cambiado las cosas, persistiendo, citando solamente hay siete» en hacer nuestra la octava maravilla o en doctorarnos el undécimo país mas rico del mundo cuando solo son diez los oficialmente elegidos.
Siempre nos toca quedar en puertas, a una mano del trofeo o a falta de un papel en que legitimar la ganancia o la herencia. Todo parecía a punto para que España hiciera definitivamente suya la colección Jacqueline Picasso, recientemente presentada en el madrileño Museo de Arte Contemporáneo, y hete aquí que la generosa donante decide poner fin a su vida la víspera misma del acontecimiento. Más de una vez había expresado la viuda del pintor su propósito de donar al pueblo español estos cuadros de propiedad conyugal (los llamados “picassos de Picasso»). Horas antes incluso de su muerte reiteró, dicen, Tal voluntad, no refrendada hasta ahora por ese “papel” tan necesario en lo tocante, insisto, a ganancia o herencia.
Fundada en la forma neutra, plural e inusitada del participio latino de presente “herens”, la voz «herencia» incluye (aparte de las cualidades, caracteres y rasgos biológicamente adquiridos, según ley mendeliana, por vía paterna y materna) los bienes y derechos que a una corresponden por anterior y graciosa disposición de otro. Toda herencia guarda, así las cosas, relación necesaria y única con el ayer, no pudiendo darse, a juicio mío, pleonasmo más grosero que el habitualmente acunado por los políticos en la expresión «la herencia del pasado». No, ni hay ni puede haber herencias del porvenir, por más que lo gratuitamente adquirido se halle en contradicción con la concreta ideología o creencia del presente en curso.
¿Alguien creía, a estas alturas, que íbamos a vernos beneficiados con un último capitulo de la herencia picassiana? Pues sí. Los cuadros que el inmortal malagueño había donado en vida a su mujer y los que a ésta llegaron por testamento (los ya dichos y muy afamados «picassos de Picasso») a punto han estado de engrosar nuestro patrimonio artístico, y aún pueden engrosarlo si la autoridad competente pone alguna diligencia (la que no puso, por ejemplo, en otorgar nacionalidad española a la viuda del pintor, que una y otra vez la habla solicitado) u ofrece alguna fórmula cautelar para que los cuadros referidos no salgan de España hasta que alguien, si en verdad lo hay, ostente desde fuera mejor derecho sobre ellos.
No, no debe el Estado español ceder un solo paso en la defensa de estas obras debidas a un pintor nuestro, prometidas a España por su viuda y fundamentales en la cuenta del patrimonio nacional. Haga nuestro Gobierno, de acuerdo con una saga; sugerencia de José Mario Armero, lo que Norteamérica llevó a cabo, durante largos años, con el «Guernica»: mantener en depósito el conjunto de estas excelentes pinturas sobre la promesa hecha en vida, y de viva voz, por su legitima propietaria, hoy dramáticamente desaparecida. ¿Que nos falta, una vez más, el “papelito”? Pues a lo mejor nos resulta ahora suficiente la palabra si Francia (de donde los cuadros nos han venido) no tiene otra razón o argumento que llevarse a la boca.
DIARIO 16 - 27/10/1986
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