Proceso destructivo y constructivo.
Conversación en Kassel con Wolf Vostell
EL PAIS: Apenas he penetrado en su Quinta del Sordo he ido a parar, por no valerme de la linterna, a la aguas oscuras. ¿Buen o mal agüero?
W. Vostell: Para mí, un honor En prueba de ello, permita usted que estampe en su pantalón empapado mi autógrafo (y dicho y hecho).
EL PAIS: ¿Por qué la Quinta del Sordo?
W. V.: En homenaje a Goya y a los grandes artistas españoles, genuinos inventores de la pintura. El Greco y Velázquez introdujeron el arte de construir durmiendo, es decir, disociando el proceso pictórico, dando autonomía a cada pincelada. Goya, por mal que les sentase a los franceses, fue el verdadero descubridor del impresionismo, y Picasso, genial destructor-constructor, es el padre del arte moderno, el ejemplo perpetuo de las vanguardias.
EL PAIS: ¿Se trata tal vez de una constante española?
W. V.: Desde luego. Por más que ciertos sectores europeos, París sobre todo, se empeñen en disimu larlo, ahí están las fuerzas que vie nen de España.
EL PAIS: Ese construir destruyendo, ¿se ajusta en su obra a los extremos vitales delpositivo y el negativo?
W. V.: Exactamente. Yo pinto y despinto, pego y despego, desgarro la obra recién acabada e introduzco en ella un aparato de video, creo un estanque de aguas oscuras (de aguas goyescas) y dejo a los demás que las iluminen...
EL PAIS: ¿Es la vida una forma de deshacer?
W. V.: Por propia definición, y mucho más la que a nosotros nos ha tocado vivir, a merced de la tecnología y de tantos y tantos procesos ambivalentes, positivo-negativos. Un avión, por ejemplo, representa un medio eficaz de comunicación, pero también significa catástrofe. Basta con pensar en las guerras o en la dramática y casi diaria estadística de accidentes aéreos.
EL PAIS: ¿No prepondera en su obra el aspecto dramático?
W. V.: Soy una persona alegre, pero tengo que dar testimonio de nuestro tiempo, tal como es nuestro tiempo; tengo que plasmar la sombra de la humanidad. Propongo con toda intención el aspecto negativo para orientar la conciencia de los otros hacia el lado positivo. Sin la denuncia del primero, es imposible la propuesta del otro. Mi obra quiere ser memoria y acicate de la sociedad. El mundo está en crisis por exceso de estímulos que no puede digerir. O aprendemos a vivir, o nos volvemos locos de remate, o no tardaremos en acudir a otra guerra mundial. Estamos en manos de los políticos, y los políticos no pueden hacer las cosas por sí solos. La creatividad, función del arte, es siempre una fuerza positiva. Y la creatividad verdadera no admite falsificaciones; la política sí.
EL PAIS: Hablaba antes del avión y de las catástrofes aéreas. ¿Es cierto que en la noticia de una de ellas dio usted con la técnica y con el nombre, incluso, del decollage, santo y seña de ese construir destruyendo tan afincado en la pintura española y tan propio de su arte?
W. V.: Así es. Leí por vez primera la palabra decollage en la primera página de Le Figaro, en septiembre del 54. En ella se decía: «Poco después de su decollage, un Superconstelation cae y se hunde en la ribera. » Que un avión cayese, apenas puesto en vuelo, me parecía una contradicción dialéctica. No conocía el término. Recurrí al diccionario y observé que en sentido estricto significaba despegar y morir, en sentido figurado. Me pareció una definición exacta del proceso destructivo de la vida, aunque no me valiera de él, en cuanto que proceso, hasta finales de 1962.
EL PAIS: ¿Es el decollage u ejemplo diáfano de la función del arte, de esa creación o aparición que surge de lo que se destruye? ¿Renovada versión del viejo aforismo «la corrupción de una cosa es la generación de otra»?
W. V.: Sólo un ejemplo, que muchos émulos e imitadores han convertido ya en academia. Despegar parcialmente o arañar un papel pegado y previamente conformado, entraña, en efecto, la aparición de nuevas formas a costa .de otras que se destruyen. Sería absurdo, sin embargo, pensar que solamente en eso consiste el arte. Si he aportado al arte el decollage en sentido material, no me contento, como hacen otros adulteradores, con pegar y despegar papeles. Me interesa más la idea, en cuanto que proceso general, que la simple técnica del pegado y despegado.
EL PAIS: Volviendo al tema aeronáutico, ¿qué significado tenía aquel avión militar que (tal como obra en el cartel de su exposición y en el pestañeo de los aparatos de video que la integran) intentaba usted colocar en el remate del Museum Fridericianum, sede oficial de la Documenta?
W. V.: El signo, exactamente, de una amenaza de destrucción sobre la cúpula del arte. Frente a tanto rayo laser y fuego de artificio, frente a tanta y tanta glorificación como nos han traído las poderosas galerías americanas (glorificación y festejo no poco afines a los del execrable III Reich), me proponía, una vez más, ofrecer a la vista de todos un aspecto eminentemente negativo, capaz de suscitar en la conciencia común una respuesta positiva.
EL PAIS: ¿Por qué no se llevó a cabo el proyecto?
W. V.: Por la censura, amigo mío, por la censura. De nada me, valen las razones con que se ha disculpado la autoridad competente: que si era dificultoso, que si entrañaba riesgo, que si esto y lo otro... No. Todo estaba perfectamente calculado, incluido el avión, que me había cedido un coleccionista.
Un fallo garrafal de la Documenta
EL PAIS: ¿Es que existen coleccionistas de aviones militares?
W. V.: Existían. A contar de un reciente decreto, ha quedado abolida tal afición. El modelo, concretamente, que yo iba a hacer posar en lo alto del museo, ha sido víctima de muchos accidentes mortales, en período de prácticas. No conviene, al parecer, sembrar miedos o minar prestigios.
EL PAIS: ¿A qué obedece el que hasta está sexta edición no se hayan admitido en la Documenta los medios audiovisuales, cuando algunos de ellos, como el video habían irrumpido en el campo del arte desde hace unos cuantos años?
W. V.: Un fallo garrafal de la Documenta, ostentando, especialmente, tal nombre, haber desechado hasta hoy lo que es documento vivo, con toda su carga de posibilidades, se aproxima al colmo de la contradicción.
EL PAIS: ¿Hace mucho que está usted entregado a la investigación de los medios audiovisuales en general y, en particular, a las experiencias del video.
W. V.: Unos quince años. Comencé integrando mis experiencias visuales con las auditivas de Stockhausen: una especie de transcripción de la música electrónica al video electrónico. fin octubre, como usted sabe, voy a reanudar el experimento con ese gran músico que es nuestro buen amigo Luis de Pablo. Tendrá la acción lugar en mi pueblo, en Malpartida de Cáceres.
EL PAIS: ¿Está usted de acuerdo con los neoexperimentalistas del video?
W. V.: Son legión, aunque muy pocos han calado a fondo el problema. Los más de ellos ofrecen el video como un libro con ilustraciones y lo ofrecen como espectáculo público. El arte, a juicio mío, debe pensar en el arte y en la necesidad del artista, dándose la comunicación y el influjo social por añadidura. Son muchos los video-artistas que actúan directamente ante el público, sin haber probado la dura experiencia interior, sin haberse adentrado en el bosque.
La revolución verdadera
EL PAIS: ¿Puede la evolución de los medios audiovisuales provocar un cambio sustancial en la relación y comunicación humana?
W. V.: La verdadera revolución del arte tendrá lugar si se logra visualizar en la pantalla de televisión el pensamiento del hombre. Aún nos hallamos en mantillas: las cámaras actuales están aún en Leonardo.
EL PAIS: ¿Cuándo se producirá?
W. V.: Cuando se logre ir directamente del cerebro al televisor y del televisor al cerebro, sin la mediación de gestos o palabras. Las palabras constituyen, hoy por hoy la acústica del cerebro, y las manos, la visualización del cerebro. Son puras y muy rudimentarias mediaciones. Hoy por hoy, nadie sabe cómo ni cuándo se desarrolla un pensamiento, ni los distintos caminos de su recorrido. El día que se descubra y se plasme en forma de corriente electrónica, será posible esa visualización del pensamiento que hoy juzgamos milagro. Entretanto seguimos inmersos en las aguas negras que en mi Quinta del Sordo ofrezco negativamente a la luz, a la conciencia, a la linterna del visitante, para obtener de él una respuesta, o una actitud, al menos, positiva.
EL PAIS: Dado que ha vuelto al comentario el tema goyesco, se me ocurre preguntarle: ¿Ha influido en su propia actitud, no sólo en su obra, el precedente español?
W. V.: Ya lo creo que sí. El arte vanguardista, en su versión digamos, documental, tiene, a juicio mío, dos claros orígenes: España y la Rusia del año 17 al 2 1. En ambos ejemplos he corroborado el lema de toda mi actividad: «Arte es vida; vida puede ser arte.» Si los documentalistas rusos de la revolución, del 17 hasta el año 2 1, aproximadarnente, fueron el acicate de niuchas de mis experiencias, puede, asegurarte que el filme de Buñuel sobre Las Hurdes cambió el rumbo de mi vida y de mi creatividad, y de: una vez por todas.
EL PAIS: ¿Es usted un moralista?
W. V.: No. A, lo que me siento cada día obligado es a ser hombre con todas las consecuencias: luchar por los derechos, por las libertades..., al margen, naturalmente, de toda filiación política. Con el arte se puede coadyubar a una gran empresa humana: abrir el pensamiento. Yo no puedo solucionar la vida económica de los otros, pero sí soy capaz de producir actos buenos, y un buen acto social es toda una belleza.
Actos plenamente humanos
EL PAIS: ¿Cuál es el ideal de su vida?
W. V.: Vivirla, segundo por segundo, con plena conciencia y a través de una complexión interdisciplinar. El arte suministra el repertorio subcon.sciente que ha de seleccionar la conciencia y hacerlo eficaz mediante la interdisciplina. Y para ello no es menester ser un científico; basta con realizar actos plenamente humanos. Uno de los actos interdisciplinares más grandes es el de conducir un automóvil, cosa que hace la inmensa mayoría, y generalmente mal. Si conduces con plena conciencia y asumes.la conciencia misma del vehículo, realizas un espléndido acto interdisciplinar en el que intervienen la sícología, la fisiología (status corporis), el sonido, el tiempo, el espacio, la velocidad, la tecnología... El buen conductor se comporta interdisciplinariamente en el espacio, y no tiene por qué sufrir accidentes.
EL PAIS: ¿Qué opina del arte en sentido tradicional?
W. V.: Lo que ha sido bien una vez, le, será siempre. Con la pintura y la escultura ocurre lo mismo que con el libro, cuyo hallazgo técnico resulta difícil reemplazar. La técnica se ha inventado hace mucho tiempo. En la civilización industrial que nos toca vivir, la obra tradicional adquiere un valor singular, único, con el grave peligro de que su misma unicidad la hace económicamente inasequible a la mayoría.
EL PAIS: ¿Qué juicio le merece, en términos generales, esta sexta edición de la Documenta?
W.V.: Me creo que asistimos a una gran inflación del arte. Tiene esta Documenta algo de supermercado y algo de discount, en que las marcas registradas y los productos anónimos, o no identificados, forman un verdadero caos, acrecentado por la más lamentable ausencia de programa teórico, por no decir de principios.
EL PAIS: ¿Un supermercado, regido por las poderosísimas galerías norteamericanas?
W. V.: Esa es la verdad. Han hecho y Jeshecho a su antojo, copando, por supuesto, las mejores plazas. Todo un espectáculo glorificante de rayos laser, colorines y sonidos (barras y estrellas) que nada tiene que envidiar a los que por estas tierras tenían lugar en los mejores días de Hiller. Me parece bochornoso, por ejemplo, que el Institute of Tecnology de Massachusetts (¡nada menos!), se dedique a provocar un arcoiris científico y nos lo ofrezca aquí, a título de prueba, antes de su instalación definitiva en los jardines de la Casa Blanca.
EL PAIS - 03/07/1977
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