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LA ARQUITECTURA ABRUMADORA DE GAUDÍ

Un rasgo distintivo de la arquitectura de Gaudí. El tornasol que en el conjunto de su obra provocan el guiño de la modernidad (creciente con el paso del tiempo) y el dato histórico-fisonómico a la hora de apresar y difundir, por ejemplo, la semblanza de Barcelona. En vano fija la «posmodernidad» sus ojos (pregunte, pregunte usted a los «pioneros» que digo) en las formas (ponderadas y atrevidas, consistentes y airosas, colosales y acariciadas) de Antonio Gaudí, tratando de apoyar en su fuste y estatura un protagonismo hueco, pretencioso y de efecto, a la postre, negativo o delator para sus émulos ocasionales y superficiales. La creación entera de Gaudí nació «moderna» (y «moderna» perdura) por bien afincada en un impulso “original” y por bien amasada en la «experiencia» genuina de su hacedor. Y cuanto mas «original» (o precisamente por ello), tanto mas ajena se aparece al soplo efímero de la moda y mas adicta al avance de la Historia con mayúscula.

Tal es la otra cara de esa moneda única felizmente acuñada por el clarividente Gaudí: el parentesco legítimo (sin perder un ápice de su «modernidad originaria») con la arquitectura «histórica»; con aquello que en textos y manuales se menciona y glorifica a titulo de «monumento». Los inmuebles debidos a su mano son «monumentos» en sentido estricto: huellas indelebles de la «memoria humana» («monumento», en su mas recta acepción etimológica, significa «recuerdo») y ornato ejemplar de la «residencia del hombre en la tierra». Sobrada anda, sin duda, de monumentos y conjuntos históricos la ciudad de Barcelona como para que uno solo venga a recortar y difundir su «imagen». ¿Es capaz, sin embargo, cualquiera de ellos de desplazar de tan noble menester a la Sagrada Familia? A medio acabar la dejó Antonio Gaudí y así debió permanecer (por buena voluntad que guíe a quienes se empeñan en concluirla) como imagen progresista e histórica de una urbe con la que nada mal concuerdan ambas notas.

A la luz de su propia obra no es difícil descubrir en Gaudí un espíritu «contradictorio», pero en aquel preciso sentido «dialectico» que Hegel (y mucho antes que Hegel, Heráclito) asigno a las acciones verdaderamente históricas y a sus protagonistas mas insignes. La vida misma de nuestro singular personaje nos ofrece algún episodio de esa lucha interior que nace del inconformismo, crece en la contradicción, madura en el debate, y concluye en el cambio. Valga de ejemplo el paso de su inicial actitud, anarquista, obrerista y tajantemente antirreligiosa, a la asunci6n final de un catolicismo apasionado y profundamente evangélico: el proceso contradictorio que va del proyecto juvenil de la cooperativa sintomática llamada la «Obrera mataronense» al que en su madurez dejo trazado, y bien trazado, en el templo expiatorio de la Sagrada Familia.

Nació Antonio Gaudí, el año 1852, en la ciudad de Reus. Hijo de un industrial calderero (oficio de larga tradición familiar), siempre se jactó de tan noble origen. Indagador del espacio, inquisidor, modulador, aventurero, poeta del espacio..., se complacía Gaudí en afirmar que toda su ciencia espacial la había adquirido en las artes de la calderería. Cursó sus estudios universitarios en Barcelona, donde, el año 1878, obtuvo el titulo de arquitecto y donde había de llevar a cabo lo mas y mejor de su acción creadora. Dentro de la revisión historicista y romántica, propia de su tiempo, el primer edificio alzado por Gaudí lleva ya el sello de su personalidad inconfundible. Se trata de la casa Vicens, iniciada en 1883 con la memoria vuelta a la tradición hispano-árabe (ladrillo visto, profusión de azulejos en las paredes, rejerías en los vanos, adornos en los techos...) y la atención centrada en el vislumbre del porvenir. El cotejo comparativo de esta obra primeriza con las de plenitud (casa Calvet, casa Batlló, casa Milá, Sagrada Familia, parque Güell...) nos descubre la inversión cabal de los términos: el signo vanguardista, tocado siempre de genialidad, sobre el eco latente del pasado.

A favor, digo, de una originalidad verdaderamente abrumadora, fue Gaudí un autentico vanguardista en la acepción mas amplia o mas complexiva del termino. Su capacidad de convertir en específicamente modernas las formas heredadas de la tradición (o sacar de ellas un provecho que la tradición misma había ignorado) corre feliz pareja con su lucidez a la hora de probar nuevas técnicas constructivas y soluciones revolucionarias en soportes, b6vedas y cubiertas. La obra gaudiana se distingue, ante todo, por la idea dominante de unidad. Los elementos estructurales y los ornamentales nacen gemelos del proyecto y al unisonó crecen a lo largo de su desarrollo. Como una ola nutricia, el tejido orgánico recorre la totalidad del edificio en cuyo discurso se integran y resplandecen, hasta alcanzar verdadero protagonismo, los efectos decorativos (cerámicas policromas, hierros forjados, recursos escultóricos, imágenes poéticas...) y el detalle exquisito del mobiliario.

Tanta es la riqueza expresiva de Antonio Gaudí y tan sorprendente su capacidad de movimiento en el espacio que no acierta el ojo, a veces, a distinguir dónde concluye la arquitectura y comienza la escultura. Recorrer con la mirada, por ejemplo, la casa Milá es tanto como asistir a una carrera de persecución (llena de atractivos y de obstáculos) en la que el contemplador termina por ceder en su empeño ante la presencia abrumadora de lo contemplado. Con razón y agudeza llamó el pueblo llano «La Pedrera» a este singularísimo edificio fisonómico y distintivo, donde los haya, de la Ciudad Condal. ¿Cuales son su esencia y apariencia sino la de la piedra y la piedra sucesiva, sustentada en su propio hacerse y manifestarse a manera de aluvión volcánico o acantilado portentoso, como dije, frente a la creciente marea, frente al embate diario, pujante e insensible, del espacio a la redonda? Si en su deslumbrante conjunto es esta casa Milá una colosal escultura modulada en el espacio y moduladora del espacio mismo, en cada uno de sus detalles (especialmente en el de sus airosas chimeneas) lo escultórico alcanza condición de abstracción geomorfa.

No, no es osado afirmar que la obra de Gaudí se mueve entre la abstracción y el naturalismo, en alas de un nuevo tornasol (o duermevela) harto difícil de discernir o disipar en un golpe de vista. El exterior de la casa Batlló se nos muestra a modo de entramado sucesivo, creciente y menguante, en que de lo gelatinoso, lo cartilaginoso y lo óseo alumbran, instante por instante, la proporción, la claridad y la unidad de la forma: de lo blando se va y viene, en efecto, y punto por punto, a lo endurecido, a lo consistente a lo definitivamente consolidado. Con un pie en el suelo firme de la naturaleza y el otro en el vacío ilimitado de la abstracción fue Antonio Gaudí muy capaz de dejar plasmado (!qué venga un escultor de oficio y lo mejore!) ni mas ni menos que el humo del incienso en la piedra ascendente del templo de la Sagrada Familia.

La «posmodernidad» esta con Gaudí (perdón, quiere vanamente ampararse en su sombra de gigante) del mismo modo que en su obra buscaron patrocinio otros y otras tendencias de vanguardia. Adivinó el surrealismo en sus formas ondulantes el ir y volver del sueño..., y lo inscribió en su nómina. Firmes los «expresionistas» en el propósito de desplegar de dentro a fuera la verdad creadora y renovadora, tomaron ejemplo de aquel edificio gaudiano que se explica a si mismo y desde si mismo difunde todo su protagonismo. Llegó la «arquitectura orgánica» con el empeño de asemejar el proceso creativo e instaurador al biológico, y volvió a buscar en Gaudí la legitimidad del precedente. Vaya el lector trayendo al caso otros movimientos de vanguardia, posvanguardia y transvanguardia... y venga conmigo a concluir que hasta los diseñadores y «modistas a la última» quieren entroncar en el quehacer sinuoso (incluso tortuoso) del maestro catalán su máxima fundamental de que «la arruga es bella». En todas esas corrientes (y con ninguna de ellas) anda el buen aire de un Gaudí verdaderamente “abrumador” (es la tercera vez que me valgo de este adjetivo por creer que es el que mejor explica la condición de nuestro arquitecto y el esfuerzo de su obra).

¿Una imagen concreta, definitiva y definitoria de la Ciudad Condal? El templo inacabado (y el propósito de concluirlo, buena voluntad al margen, raya en imprudencia) de la Sagrada Familia. Cualquiera de los edificios mencionados y otros cuantos por mencionar (la Colonia Güell en Santa Coloma de Cervello, las Escuelas de la Sagrada Familia, el Colegio de Santa Teresa, la casa de campo Bellesguard, los trabajos en Pedralbes...) valdría igualmente para ser santo y seña de su asombrosa actividad en Cataluña, y particularmente en Barcelona, donde Gaudí llevo a cabo, insisto, lo mas y mejor de su buen hacer. También dejo la huella inconfundible de su estilo en otros puntos de España: la traza neogótica del Palacio Episcopal de Astorga (audazmente enfrentado al gótico originario de la catedral); el primor de la villa de El Capricho (creciente y lamentable en su estado de deterioro) en el cántabro pueblo de Comillas; la residencia de Fernández y Andrés en León, popularmente llamada la «casa de los Botines»...Si la «contradicción», en su mas noble alcance «dialéctico», fue una constante en el proceso creador de Antonio Gaudí y el ventanal mismo de su particular observatorio, con un ojo en la sombra del pasado y el otro avizorando el porvenir, algo de ella o de ello queda impreso en algún que otro rasgo o signo externo de su biografía. No deja de resultar sorprendente el contraste entre el primor, hasta el ultimo detalle, que adorna toda su arquitectura y el desaliño con que su persona se paseaba por las calles (cuentan que mas de una vez le tomaron por un mendigo). Hombre frugal, consistente en lo de dentro y negligente en lo de fuera, de carácter difícil y mano distinguida por su tremenda facilidad de trazo, vino a morir en Barcelona, el 10 de junio de 1926, bajo las ruedas de un tranvía. Un accidente lamentable... o un indicio, tal vez, de esa distracción inseparable que la tradición atribuye a la andanza de los genios (y Gaudí lo era, repito y concluyo, hasta la abrumación).

VARÓN - 01/09/1986

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