Por ahora se llama Colección «Arte del siglo XX», aunque seguro estoy de que con el tiempo, y tiempo no largo, terminará por llamarse, quiéralo o no su fundador, Museo Sempere. Deseoso el artista alicantino de que el objeto de su donación sea una entidad viva y abierta a consecuentes actividades culturales, se niega a denominarlo museo, por rehuir aquella nota de sacralidad, o de momificación, que suele adornar a muchas de tales instituciones. Razones de modestia o de pudor le inducen, de otra parte, a que su nombre no figure en el muro frontal de la Casa de la Asegurada, austero edificio del siglo XVIII, restaurado y donado por el Ayuntamiento de la ciudad a efectos de albergar las obras hoy reunidas y cuantas en el futuro se reúnan.
Consta el edificio de tres plantas. La baja, de siete metros de altura, se despliega en tres grandes crujías, con pétreos arcos de medio punto y un artesonado de vigas de madera y bóvedas de yesería. Vigas y bóvedas se han pintado de color burdeos oscuro, con el fin de recortar aún más los soberbios arcos de piedra, no distraer el objetivo principal para el que la casa ha sido restaurada y resaltar la blancura que lucen sus paredes. Constituye esta planta baja, por valerme de terminología tradicional, la sala noble, y en ella puede el visitante admirar esculturas de Calder, Miró, Ferrant, Alberto, Lobo, Chillida, Sempere, Pablo Serrano..., y pinturas de Miró, Tapies, Saura, Canogar, Lucio, Millares, Rivera, Zóbel, Farreras, Torner, Viola, Vento .... y (¡caso tristemente insólito en su propia patria!) de Juan Gris y Julio González.Se acilede a la segunda planta por una escalera de dos tramos, en cuyas paredes se cuelgan pinturas (Cillero, Eduardo Sanz, Muela, Sherin...), que va a dar a una amplia estancia de parecidas proporciones a las de la subyacente, aunque decrezca su altura en unos tres metros. Prosiguen en ella los arcos de medio punto, habiéndose pintado el artesonado y viguería, dada la proximidad del techo, de escueto color blanco. En esta sala intermedia se exhiben obras de Palazuelo, Mompó, Guerrero, Guinovart, Hernández Pijuán, Julio Hernández, Carmen Laffon, Arcadio Blasco, Chillida, J. González, Alfaro, A. de la Pisa, Sempere, Amadeo Gabino, Santonja, Schoffer, Marcel Martí, Jardiel, Equipo Crónica, Rafols Casamada, Agam, Manrique, Juana Francés, Vasarely..., y una nutrida colección del grupo Recherches d'Art Visuel de París, en la que cue ntan nombres tan sonoros como los de Le Parc, Yvarall, Sobrino, Tomasello, De Marco...
Difícultades de iluminación
La tercera y última planta, obediente a la distribución proporcional de la época, se cobija bajo un techo de sólo tres metros de altura, con pilastras de piedra y sin arcos. La consiguiente dificultad de iluminación se ha salvado en ella, merced a la superposición de un gran panel radiante que proporciona una luz uniforme, sin proyección de sombras. En esta sala se ofrece la totalidad de la obra gráfica. Predomina en su montaje el acierto que ha presidido la selección, no ya de las firmas, sino (lo que es más destacable) de las distintas épocas y movimientos que configuran y orientan el discurrir de la vanguardia. Son más de cincuenta las obras expuestas y firmadas por los Picasso, Braque, Giacometti, Chagall, Villon, Fautrier, Kandinsky, Bacon, Arp, Ernst, Rauschenberg, Christo, Tamayo, Oldenburg, Pasmore, Dine, Stein, Adami, Zadkine, S. Delaunay, Rosenquist...
El proceso de restauración (en el que tuvieron parte muy activa el arquitecto Alfonso Navarro y hábiles artesanos de la localidad) se atiene fielmente al respeto de la estructura, arquitectónica e histórica, del edificio. Se ha limpiado y abujardado la piedra originaria que, sin solución de continuidad, recorre la totalidad de la fachada, habiéndose entonado las rejas en obscuro tinte granate que hace resaltar el color cremoso del paño frontal. Puertas adentro, se ha renovado el pavimento con losas de mármol de la región, cuyo color, igualmente cremoso, relaciona, sin mediaciones, el exterior y el interior: ámbito abierto, blanquecino, purísimo, que es un gozo transitarlo y una invitación unánime, desde sus cuatro ángulos, a centrar la atención,en lo que en él se exhibe.
Dos han sido los genuinos protagonistas de la naciente entidad cultural que dentro de unos días, y debidamente matizadas ciertas adjetivaciones jurídicas, quedará convertida en donación pública al pueblo alicantino: Ambrosio Luciáñez, alcalde de la ciudad, y Eusebio Sempere, padre legítimo, digamos, de la criatura. Conocedor, aquél, de la espléndida colección artística paulatinamente engrosada por éste, con ánimo de donarla a su pueblo, le ofreció, a tal fin, la Casa de la Asegurada, que desde sus orígenes había albergado los más diversos menesteres (granero municipal, parque de Artillería, Escuela de Comercio...) y a punto estaba de verse convertida en Centro de Cálculo y Estadística. Y dicho y hecho. Cedió el uno el edificio del siglo XVIII, y cederá, el otro, su por ahora llamada Colección de Arte del Siglo XX.
Donación pública
La donación está materialmente hecha, aunque a falta de llegar a un acuerdo formal las generosas partes contratantes. Celoso de que el legado se ajuste, para siempre, al estricto sentido cultural y vanguardista de sus intenciones, el donante impone severas condiciones de salvaguarda, de las que las recogidas en la última cláusula del borrador de escritura pueden ser ejemplo: «El señor Sempere ha de constar que hubiera sido su deseo hacer al Excelentísimo Ayuntamiento de Alicante donación perpetua, pura e irrevocable, de todas sus obras de arte, tanto ajenas como propias, y presentes como futuras; y que sólo el temor de que futuros municipios pudieran maltratar su colección, fruto de tantos esfuerzos, le ha obligado a establecer las rigurosas condiciones resolutorias pactadas en la escritura, con la única y exclusiva finalidad de defender el interés artístico que representa la colección, y en definitiva, proteger con ello los intereses de Alicante, amparándolos de cualquier posible agresión en el futuro.»
Va, pues, a haber donación, y en aquellos mismos términos perfectivos que adornan la propia actividad artística de Eusebio Sempere. El hacer de Sempere siempre se ha visto regido por la pulcritud del proceso creador y la perfección de lo creado, en cuya estricta acepción vienen a coincidir lo ético y lo estético. Si una obra bien hecha es ya una buena acción, en verdad que las de Sempere distan poco de la ejemplaridád, encabezadas por la que acaba de llevar a cabo en su tierra y para su pueblo: el bien nutrido museo (quiéralo o no su donante) que hace algo más de una semana inauguró el ministro de Cultura, Pío Cabanillas, y (ruborícele o no) el común de las gente llama ya de Sempere.
¿Cómo ha reaccionado el pueblo alicantino? Sólo puedo decir que el día en que, acompañado de Sempere, visité los locales, un buen puñado de niños, de escolares, recorrían las salas y contemplaban las obras, cuaderno y lápiz en mano. Y ése es el mejor síntoma de influencia, y hacia los más respetables de sus destinatarios. Las previsiones han quedado colmadas hasta el extremo de haberse iniciado gestiones de compra de la casa colindante, para acoger las actividades culturales que la recién nacida institución empieza a reclamar.
EL PAIS - 17/11/1977
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