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Azorados

Para unos se trata de una vieja embarcación, y de un símbolo cuestionable, para otros. No, no pretendo reanimar el desusado juego del acertijo. Me refiero, sin más, al «Azor», antagónicamente encasillado, tras la doble y parca travesía del presidente del Gobierno, en esas dos categorías de opinión autorizada o simple habladuría callejera. ¿Un símbolo? ¿Un barco? Con mayúscula o sin ella, la pieza en cuestión resulta ante todo ser un ave, y ave rapaz, de medio metro aproximadamente de largo, negra por encima y blanca por debajo, con manchas igualmente negras, como negros son Pico y alas para mejor realce de lo amarillento de las patas y lo ceniciento de la cola. Y corra el comentario, a favor de su propia consecuencia, con el resto de la descripción.

“Ni vale el azor menos /porque en vil nido siga, / ni los ejemplos buenos / porque judío los diga.” Tal escribía, allá en el siglo XIV, el rabí Don Sem Tob, dando a entender que el buen ejemplo, como el buen vuelo (y venga de dónde viniere), vale por sí mismo. Ignoro sí el vate palentino llegó a sospechar que un buen día había de encender viva polémica un viaje de recreo a bordo de una nave bautizada con el nombre del ave de su estrofa, o si el eventual navegante andaba o no al tanto del proverbio. La pregunta, en vez de la conjetura: ¿fue bueno el ejemplo de González? Con Dios o sin él, la voz del pueblo dice que nones, y eso es lo que cuenta, dada de lado la vileza del nido, el linaje del poeta, el nombre del navío y la memoria de su anterior usuario.

Pudo ocurrir que, atraído por el título, el presidente entendiera como juguete personal todo un barco de la Armada. No de otra suerte emprendió Almanzor la batalla del pueblo soriano que rimaba con su nombre y con el ave de nuestro caso... ¡y así le fueron las cosas! Oigan, si no, lo que versificado (o profetizado) nos dejó Gerardo Diego: «Azor, Calatañazor, / juguete.» Cual azor de airoso vuelo, y por gracia de la rima, creyó el caudillo musulmán (la historia iba ya, por el entonces, de caudillaje) que la batalla sería juguete suyo y terminó siéndolo él con todos sus secuaces; «Por la barranca brava / ay cómo rodaba / juguete / el atambor. » No diré que el atambor socialista vaya a dar en la barranca con sus votos, aunque muchos de los más fieles no han de prestarse, me creo, a se eterno juguete del juguete ocasional del amo.

¿Andaba por cubierta a sus anchas el presidente? ¿Le abrumaban memoria, perspectiva y «vocación marinera»? ¿Sintióse azorado? El verbo «azorar» procede directamente del sustantivo «azor», para expresar el doble y contradictorio efecto que el ave de rapiña parece producir en sus presas habituales, y la extensión figurada traslada, con hábito o sin él, a las personas. «Azorar», por un lado, significa «sobresaltar», e «irritar», por el otro. Del sobresalto inicial puede, en efecto, la presunta víctima (animal o humana) pasar, cuando menos se espera, a la ira por gracia de la metáfora o en razón de estricta realidad. ¿Notó síntomas de sobresalto el señor presidente? El lo sabrá, como muchas gentes de a pie se supieron y se sienten verdaderamente irritadas.

No han faltado, en fin, quienes (desde un padre de familia mesetaria hasta un representante de la familia «gay») han mostrado interés en hace suyo el ejemplo de González (¡y que el rabí se quede con su copla!). Otros, más razonables, han venido a sugerir que el «Azor» adquiera condición de reliquia y como tal se exhiba en el museo del ramo. Un cotejo elemental entre el aspecto naval y el zoológico induce a disuasión. Pájaro solitario es el azor, enteramente reacio a vivir en cautividad: o vuela o muere. Otro tanto ocurre, u ocurrir debiera, con el barro de nuestra historia: o se hace a la mar o se desguaza. Y si esto parecía desprenderse de su peso (o quedar, cuando más, en imagen de «No-Do»), ¡quién le aconsejó a Gónzalez perpetrar aquello!

DIARIO 16 - 02/09/1985

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