Q UISIERAN estas líneas adoptar forma o fórmula de concurso; de ese tipo de concursos, radiofónicos o televisuales, tan al uso y rutina, aunque con un alcance muy otro o muy capaz de dejar al descubierto el, digamos, defecto comunicativo de que hacen gala diaria nuestros hombres de Estado. ¿Bases? Los términos escuetos de esta proposición gradativa: aquel político o público personaje que menos veces pronuncie la palabra tema se hará acreedor a una cierta confianza. Si logra, sobre ello, aminorar el uso del adjetivo importante, se verá inmediatamente honrado con el don de la credibilidad, alcanzando, sin más, el voto de investidura quien llegue a rehuir, a lo largo de todo un discurso parlamenario o de un par de entrevistas a cuerpo limpio, el empleo
de ambas voces.
Poco, me temo, había de durar la contienda, declarado, una vez y otra, desierto el premio en cualquiera de sus grados. Por hábito ya invencible, el propio locutor-presentador no tardaría. en convertir el concurso en tema, agravado de importante. Entre unos y otros anda el juego. Los temas que, junto al consabido paquete de medidas, lleva el político en su agenda, se truecan, apenas llegados al micrófono o a la pantalla, en bloques informativos, generadores de nuevos temas. «¿Qué temas se han tratado en la reunión de la mañana?», pregunta éste. «Hemos tocado --responde aquél- tres temas importantes.» Siempre son tres, de entrada, los temas Importantes, aunque luego (depende ello del calor del discurso o de la duración del diálogo) se multipliquen en su propia adjetivación.
Más acá o más allá de su reconocida y común Importancia, los temas se diversifican en atención al tiempo, al lugar, a la jurisdicción, al órgano, a la competencia... Y, así, hay temas internacionales, nacionales, locales, laborales, institucionales, coyunturales..., destacando, por su propio énfasis enunciativo, los de candente actualidad y los de urgente solución. Fieles a sí mismos (Y acordes con el correspondiente bloque, si aportan noticia, o con el paquete respectivo si entrañan medidas) los temas se acomodan inexorablemente al verbo que demanda cada situación, cada caso. Rara es la excepción y nada bien vista, desde luego, por la cualificada comisión, de expertos. La conjugación temática abarca un amplísimo repertorio que aquí se probará a resumir.
El tema, por ejemplo, del terrorismo se ajusta inequívocamente al verbo erradicar, y son de rigor los verbos abordar o afrontar, de cara (siempre es de cara) al tema del desempleo. Para el tema organizativo o planificador viene como anillo al dedo el verbo arbitrar (con el debido complemento de previsiones a corto, medio y largo plazo), reservándose al tema de las transferencias el verbo regular. A veces, el tema recaba una actitud desenfadada e intrépida, con aires de marcha o conquista (« ¡hay que llevar adelante o el tema!»), y, otras muchas, exige una solícita y sigilosa concentración en torno a él y sin otra compañía que el tema mismo: «Estamos con el. tema», declara el portavoz de turno. («Cada loco con su tema», le viene, sin duda, a la memoria del espectador imparcial.)
¿Y qué me dice usted del tema autonómico? Que es algo así como el tema del tema. ¡Aberrante expresión, elevada a objeto y norma de sí misma! Desde su nobilísima raíz griega, tema significa proposición que se toma por materia u objeto, y dícese autonómico (noble igualmente, por griega, la raíz) lo que de sí mismo depende o se rige por su propia ley. Tema autonómico sería, pues, aquella proposición que a sí misma atañe, al margen de toda ajena referencia. Hagan los políticos panacea verbal, si les place, del tema, pero no confundan la materia de una proposición con la proposición misma, si no quieren «sacar -como dijo Cervantes- el lenguaje de sus quicios»; que no es lo mismo un terna que tiene por objeto las autonomías, que un tema autonómico cuyo objeto equivale al propio tema.
Se da en la jerga de, los políticos una especie de regusto a la hora (que son todas) de pronunciar, una vez y otra y otra y otra..., la palabra tema; regusto que llega al paladeo si el tema se adjetiva, al uso, de importante. Y de ello viene uno a conjeturar si no estarán los recalcitrantes y obsesivos padres de la Patria confundiendo la acepción masculina con la femenina que de la voz tema recoge el diccionario. En buena lengua castellana el género femenino confiere al disilábico tema este significado concreto: «Porfía, obstinación o contumacia en una aprensión o propósito». La obsesión predomina, así entendido el término, sobre la' razón o la mera atención, y la pertinacia del propósito sobre el sano juicio, valiendo de prueba algún que otro testimonio de nuestros clásicos.
«Nunca obrar por tema -aconseja Gracián en el Oráculo-, sino por atención». La obsesión obnubila el seso y concluye en desatino. «Toda tema -corrobora Gracián la acepción femenina del término- es, por tema, hija de la pasión, la que nunca obró a derechas». Dijérase agravado el caso en el de nuestros políticos, de tomar en cuenta que su obstinación y porfía se concentran en la condición intrínseca del tema (están con el tema, como ellos mismos declaran, o con el tema del tema, a tenor de la autonomía que le otorgan). ¿Qué punto de atención o claridad de juicio pueden colegirse de semejante obcecación o achaque comprobado, de espaldas a lo verdadero y lo útil? «Vulgaridad de temáticos -insiste Gracián- es ni reparar en la verdad por contradecir, ni en la utilidad por litigar. »
Subrayando el matiz de obsesión que en la acepción femenina del vocablo de marras descuella frente al dato de la atención, vuelve Gracián a la carga en otro proverbio del Oráculo: -Nunca por tema seguir el peor partido.» Los atentos son, a su juicio, porfiados de obra, y empeñados de palabra los obsesos (es decir, los temáticas). Y sin duda que en ello les va a los políticos. Y a todos los demás nos viene la parte peor. ¿A qué puede responder la obstinada reiteración de una palabra única o acompañada, para mayor escarnio, de un mismo y contumaz adjetivo, sino a estricta incapacidad expresiva por falta de contenido u objeto? Mínimo riesgo hay en afirmar que la porfía de obra viene dando paso al empeño de palabra, y los hechos convenientes a los temas importantes.
En verdad que el tema se ha antepuesto al hecho, y a la conveniencia real la importancia verbal. ¿Afrontar el tema del desempleo? No; que no se trata de una proposición teórica, ni de la materia, tampoco, de esta lección magistral o de aquella prometedora tesina. No, no hay que abordar el tema importante del paro, sino el hecho, cual conviene, de su dramática constancia en el mundo de las cosas. Y dígase y hágase otro tanto en cuanto a la erradicación del tema terrorista, la regulación del tema de las transferencias, el arbitraje del tema planificador... o (¡aberración de aberraciones!) la proclamación del tema autonómico. ¡Ojalá fuera tema, con toda su complejidad teórica, lo que es hecho y probado fundamento de problemas reales con ausencia palmaría de soluciones a la mano!
Solicitan los políticos confianza y corno prenda ofrecen credibilidad, cuyo signo inmediato se concreta en lenguaje. Difícil parece, a la luz de éste, la adecuación entre lo solicitado y lo ofrecido. Día a día, el lenguaje de los representantes públicos va reduciéndose, falto de contenidos reales, a una sola forma (¡el tema!) unánimemente compartida. ¿Y la investidura? Sin duda que había de alcanzarla; ante' el, estupor general, aquel político-taumaturgo capaz de hablar durante una hora en cristiano. ¿No serán el de la confianza, de la credibilidad y de la investidura los tres temas importantes a que nos remiten, obsesos, los políticos? Pruebe alguien a despojarlos de importancia temática y verá cómo algo comienza a cambiar, con o sin premio, en el suelo de las cosas.
ABC - 05/07/1981
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