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Crudo y biográfico Juan Gris

JUAN Gris está de moda. Largos años de recelo y desdén hacia su vida y obra han dado súbita franquía a toda una multitud que se agolpa a la. puerta de las salas llamadas de «Pablo Picasso» (en los bajos de la Biblioteca Nacional) para contemplar la exposición antológica que de nuestro buen artista en ellas se ofrece al transeúnte (dicen que los fines de semana la cola llega hasta Cibeles). Añada usted a la emotiva cuenta de la concurrencia ciudadana la música de fondo en la que la batuta del intérprete de turno trata de dar la nota de la novedad y la brillantez sobre la penuria misma en que se produjo la obra y transcurrió la vida del homenajeado... y ponga al caso un punto final de ironía, a la luz de unos cuantos datos de inequívoca y triste elocuencia.

Medio siglo hubo de transcurrir para que, luego de su muerte, tuviera una calle en su pueblo, y res de un siglo, a contar de su nacimiento, para que se viera honrado en su patria con una exposición digna de su nombre. Juan Gris tiene ya calle (modesta) en el ensanche de la ciudad (de la macrópolis) y las calles tienen a Juan Gris en las carteleras publicitarias, trocado el signo mercantil en aviso cultural por obra y gracia de la Comunidad madrileña. El Ministerio de Cultura ha venido a rematar la «operación rescate» con el regalo de esa muestra antológica que las gentes, digo, agradecen a porfía. Cumplido y anacrónico homenaje a aquel José Victoriano González que decidió cambiar su fe bautismal y civil por las de un ciudadano anónimo: un Juan Gris cualquiera.

Así de sencilla y bonancible fue, a manos de nuestro hombre, la «reconversión» (como hoy se dice) de su cédula de identidad: mantuvo la «J» de su nombre («Juan» por «José»); renunció a la advocación de «Victoriano» (que no fue muy suyo en vida el signo de la victoria), pasando la inicial de «González» a convertirse en la de «Gris». ¿Para el resto? El zig-zag, de una escueta geometría que, entre el fulgor de un verde de menta y un lila evanescente, surge del fogonazo del magnesio (¡tiempos modernos!) reduciendo a la unidad el contrapunto de la luz y de la sombra (blanco + negro = Gris). ¿Blanca y feliz cuadratura de la noche negra y redonda? Dígalo entre luz y luz el verso cubista de García Lorca: «Fachadas de cal ponían / cuadrada y blanca la noche. »

«Gris» es palabra que de la lengua germana vino a la nuestra y a otras de común raíz latina para expresar la mezcla resultante, como ya quedó dicho, del blanco y el negro. Tiende la voz «gris» a sustantivarse en su propia condición de color, dejando en los adjetivos de ella derivados («grisáceo» y «gríseo») algo así como el signo de una inclinación cromática o estrictamente personal: «Lo que tira (o el que tira) a gris. » «Gris» es, también, lo «anodino», lo «apagado», lo «pétreo» (en pintura se llama «grisalla» a la imitación del bajorrelieve). Por extensión figurada lo «gris» viene, en fin, a definir y englobar lo «lánguido», lo «macilento», lo eminentemente «triste», que no poco cuadra a la biografía y a la obra misma de nuestro Gris por antonomasia.

¿Entraña la pintura de Juan Gris una triste reflexión en torno a la penuria, una crónica general del hambre? Cuídense mucho los refinados intérpretes (directores de orquesta ocasional y animadores de cultura como música de fondo), cuídense de traer a la letra sutilísimas razones estético-metafísicas al uso. «¡El orden que descansa en la vajilla!», certera cita de Alberti que tanto vale para Zurbarán como para Juan Gris. Con orden exquisito dispone Juan Gris la mesa: platos, manteles, vasos, botellas, cucharas, servilletas, cuchillos, tenedores... colman la ceremonia, a la espera vana del yantar. ¿Una crónica del hambre? Crudo y biográfico, Juan Gris nos brinda (frutas de cera incluidas) todo el repertorio ornamental del banquete. Todo..., excepto las viandas.

DIARIO 16 - 21/10/1985

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