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¡Nos hemos quedado sin Olimpiada!

Se enteraron por los periódicos. Reconózcanlo o no, es lo cierto que a los promotores oficiales les llegó el chasco con fresco olor de imprenta: «Disneylandia se va a Francia» (y disculpe el lector la facilidad del ripio). Huelgan eufemismos y rodeos, o todos caben en el mismo saco: la fábula de la «zorra y las uvas», agravado de silencio delator el desenlace y multiplicado el estupor por los 1.700 millones que, dicen, nos costó la. broma. A la memoria de unos ha vuelto el «Bienvenido» de Berlanga; otros han invocado la proverbial venta de la piel del oso antes de su caza, inclinándose los más por el cuento de la lechera.

Erase una vez que se era una jovencita soñadora que con un cántaro de leche iba de su casa al mercado, al son de esta cantilena: «Con el dinero que me den por la -che compraré una 'cesta de huevos. De los huevos saldrán muchos polluelos, que cambiaré por un lechón, que cambiaré por un ternero, que cambiaré por una vaca, que cambiaré por una casa con techo de telas rojas y rosal a la puerta ..» Y en punto tal sobrevino el tropezón, haciéndose añicos el cántaro de los sueños. ¿Moraleja? No edifiques castillos de naipes sin la garantía de Fournier, ni confíes al Pentágono tu promesa laboral sin antes resolver lo de la OTAN.

Escrito, hace más de un siglo, por el danés Hans Christian Andersen, antes que cuento universal se me antoja augurio de frustraciones (sin cuente? a la española. Con sólo cambiar polluelos por puestos de trabajo y casa con rosal por paraíso turístico, en verdad que el discurso alegre de la lechera concuerda a las mil maravillas (o a las mil desventuras) con e fallido pronóstico sobre Disneylandia. Griegos y latinos llamaron «pronóstico» al conocimiento que precede a un hecho Con nosotros va mejor el «in nóstico» (valga el neologismo por su nobleza etimológica) o comprobación negativa de lo positivamente aireado.

No se olvide, en fin, que e autor del cuento de- la lechen anduvo por estas tierras e incluso publicó, en 1863, un libre sintomáticamente titulado «En España». ¿Ha mejorado desde entonces la facultad previsora del celtíbero? El bochornoso programa que, bajo arrogante titulo de «Gala de oro del de porte», nos enjaretó, la mañana de Navidad, Televisión Española... induce a respuesta negativa. ¡Difícil imaginar un escenario tan cutre para festeje tan encomiástico! Sólo faltó e chocolate de catequesis de suburbio y el himno solemne a la jerarquía, entonado (desde e atril respectivo) por las dos bellas presentadoras.

Cada uno de los deportista: galardonados era «objeto de férreo marcaje» por parte de federativo pertinente y e correspondiente periodista de la casa, presidido el conjunto por el ministro de Cultura, el secretario de Estado para el Deporte, el director de TV y el primer subalterno del ramo. Y fue éste quien al recabar del ministro la opinión en torno a la asignación de los Juegos del 92 nos puso el corazón en un puño. Apenas mostró Javier Solana su fe ciega en que España aventajaría (¿otra vez?) a Francia en el propósito, la sombra de Disneylandia se adueñó de la concurrencia: «¡Nos hemos quedado sin Olimpiada!».

DIARIO 16 - 30/12/1985

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