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Ventanas como ojos, último artículo de Santiago Amón.

De todos los ingenios con que el hombre se ha enfrentado a la naturaleza sólo uno ha terminado por resultar plenamente conforme a ella: el tren. ¿En razón de qué? En virtud de la mirada. ¡Es en el filo del mirar donde yace el milagro, cantante y sonante, del mundo ferroviario! El tren tiene ojos y por ellos se asoma la ciudad rodante y transitiva (la ciudad sobre ruedas) a los ojos mismos de las cosas, animales y personas que a su paso descubre en el paisaje. Un recíproco, súbito y sucesivo choque frontal entre lo presuroso y lo quieto, a la contra de torres de tendido eléctrico y postes de telégrafo. Una suerte de ritmo (cantante y sonante) como una revelación o una intermitencia... o un sobresalto.

Sale el tren de Madrid, y a favor del campo, campo, campo, corre hacia la sierra, entre pueblos y pueblos de entonación bucólica y agreste: el Plantío, las Matas, Majadahonda, el Pinar de las Rozas... Y de pronto, y sin más que el golpe de gracia, se aparece a los ojos (desde sus propios ojos) el monasterio de El Escorial regalando el suma y sigue de sus ventanas (como pupilas) a la abierta contemplación de las ventanas (como guiños) del tren en estampida. ¡Los trabajos y los días de Felipe II y Juan de Herrera, en un abrir y cerrar de ojos!

Entre encinas y pastizales el tren rodea, merodea y descubre las solemnes trazas del monasterio desde el ángulo menos propicio a la diaria contemplación, a la visita convencional. La frente, al este, del palacio, y al sur, la fachada propiamente conventual, coronadas ambas por la cúpula mayor (que merced a tan inusual perspectiva se aproxima y agiganta), aparecen, desaparecen, reaparecen y se reflejan con todas sus ventanas en las ventanas del tren en desbandada hacia otros territorios y otros paisajes. ¡Los trabajos y los días del rey y su arquitecto, con el dogma más grave a cuestas de la Cristiandad, tiandad, en un verte y no verte!

Y un poco más allá, un hombre vestido de oscuro y un borriquillo acolchado de grises contemplan desde el valle (con Juan Ramón Jiménez) el paso del tren "negro y soleado, por la vía alta, recortándose entre nubarrones blancos... y huyendo hacia el norte". ¿Y en el tren? En el tren, la belleza instantánea de aquella mujer que se iba (¿a dónde?) en alas de su propia aventura. "¡Breve cabeza rubia, velada de negro! Era como el retrato de la ilusión en el marco fugaz de la ventanilla".

Tal vez ella pensara: "¿quiénes serán ese hombre enlutado y ese burrillo de plata?" "¡Quiénes -responde el poeta- íbamos a ser! Nosotros... ¿verdad, Platero?".

VIA LIBRE - 01/07/1988

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