La muerte trágico-estúpida (¿una nueva categoría dramática?) de John Lennon ha recabado en un día aquella misma solicitud universal que por unos cuantos años hicieron suya, y a su lado, sus otros tres compañeros de voz semitonada, guitarra electrizante, bombo y platillos. Tal, me creo, y no otra es la angulación que por ambas caras (y no me refiero ahora a las de un LP multiplicado por miles de millones) mejor cumple a lo que aquí se comenta, más en atención a la repercusión del suceso que a su intrínseca sustancia o relevancia de origen. No deja de ser significativo que la unánime exaltación necrológica convenga en retrotraer, y con mayúsculas, un ,episodio de adolescencia y llegue a definirlo como el gran acontecimiento de una época pródiga, si las hubo, en aconteceres.
«De causas mínimas -dejó advertido el clásico- pueden medrar máximos efectos.- De una simple tonada, armonizada a su aire por cuatro muchachos de Liverpool, vendría a entronizarse la música de fondo de toda una época, para gozo de jóvenes, prevención de adultos y juicio: incluso de quienes deciden sobre pueblos y naciones. Jimmy Carter, privilegiado conocedor, del dónde, el cómo y el cuándo se fraguan guerras y conciertan paces, tras haber adjetivado de insolente y seria. irónica e idealista la manera de ser y; hacer de los Beatles, ha expresado su sentir en tomo al fenecido Lennon en estos términos literales: «Es especialmente repugnante que haya muerto violentamente, cuando él había luchado por la paz.» Reagan, por su parte, ha sentenciado: ¡Una gran tragedia!».
Supongamos que alguien leyera fuera de contexto, al margen de la noticia motivadora, la escueta y respectiva opinión del saliente y del entrante inquilino de la Casa Blanca. ¿Pensaría que ambos aludían, sin más, a uno de los Beatles? No. En cuanto a lo expresado por el primero, supondría que se hacía referencia, por ejemplo, a Martin Lutero King e imaginaría, en lo tocante al otro,' alguna alteración sobrevenida en El Salvador, Afganistán o Polonia... de superior alcance al previsto o temido. Y antepongo
las de Carter, y Reagan a otras muchas voces (a tantas y tantas como a lo largo de estas semanas se han venido alzando), por volver a subrayar lo que se me ocurre más descollante del caso: la apuntada e innegable desmesura entre causa y efecto, entre el hecho en si y su resonancia.
No sería de extrañar que los Beatles encarnasen .superlativa condición de gran acontecimiento, de una época, si ésta hubiera transcurrido en blanco, sin evento a comentar ni titular que imprimir. Ocurre, sin embargo, que de haber abundado en algo el decenio: de los sesenta, fue, justamente, en noticias de primera, desde la fugaz confluencia de Kenned, Kruschef y Juan XXIII, hasta el asesinato del citado King, la llegada de1 hombre a la Luna, el primer trasplante de corazón, el Concilio Vaticano II; el auge del castrismo y guevarismo, la consolidación tercermundista...
Recuérdese también que por tales días se produjo la injerencia de USA en Vietnam y la irrupción de la URSS en Checoslovaquia. al tiempo que coincidía el cenit del desarrollo económico con la chispa del Mayo francés.
Y es a la luz de estos dos últimos sucesos, donde vale plantear llana y verazmente, sin trampa ni cartón, el significado de los Beatles. Poco o nada tiene que ver su filosofía cantable con el pensamiento, por ejemplo, de la escuela de Francfort. cuya fuerza delatora, mejor que libertaria, había de caldear, y sin músicas celestiales, el mayo, del 68. Su repercusión en los que gobiernan pueblos y naciones se nos antoja muy dispar de la de los cuatro muchachos de Liverpool, y otro fue el juicio de los Carter y Reagan (siempre los hubo) de aquel tiempo. Consentida fórmula de evasión o válvula de escape, los Beatles reflejan una de las caras (y lo del LP viene ahora a cuento) del desarrollismo en plena ebullición. con todos sus muchos estímulos y sus no pocas insatisfacciones.
No, no se conmovieron los cimientos del poder con el bullicio y desparpajo de los Beatles. Diéronio, más bien, por consecuencia presumible. y quién sabe si no provocada, del desarrollismo en expansión. Que el presidente de la superpotencia venga a definir un supuesto fenómeno revolucionario como algo entre insolente, serio, irónico .e idealista. entraña todo un síntoma 'o delata la complaciente afirmación de que la revolución andaba, si anduvo, por otros par y a merced de otras maquinaciones. lo mejor del caso es que en la definición de Carter (su verdadera vocación era sin duda la de dise jockey, no la de sucesor de Lincoln) queda admirablemente impresa la manera de ser y hacer de aquellos cuatro mozalbetes de bombo y platillos, guitarra en trémolo y voz con sordina.
En verdad que la probada mesura de los Beatles (disfrazados y melenudos, pero menos) contrasta con la desmesura a ultranza de sus herederos próximos y de sus actuales apologistas. Seriedad e ironía se compaginaron a las mil maravillas en su atuendo. en tanto sus músicas livianas y sus letras al alcance del común algo tenían de precoz insolencia y juvenil idealismo.
Una línea melódica, simple y clara, y un ritmo extremadamente sencillo fueron madre y padre de unas canciones tan fáciles de retener como de emular. Agréguese a su cuenta un muy particular sentido de lo lúdico para deducir que todo fue juego (en cuanto que entretén, no como riesgo), convertido luego en moda muy acorde con la era de un desarrollismo huero, que más tarde pararía en crisis, reajuste. desempleo y penuria.
Sabedores de que la moda se caracteriza porque pasa de moda, acertaron los Beatles a irse, llegada la hora, con la música a otra parte. Sin ellos sobrevivió engolado el movimiento Beat, que con ellos rezumara ironía, y lo que fue sobriedad desenfadada e, insolente susurro idealista pronto se tornaría estruendo; desmelenamiento y despelote o descocado y deleznable remedo por todos los confines (¿ha probado usted a calcular el número de tantos y tantos conjuntos como danzan hoy por el planeta). Ni los Rollings Stones, ni los HoIlies. ni los Animals..., ni otros de menos (o más) pelos y contumaz pretensión contracultural tendrán ya el noble gesto de la retirada, como noble e ingenuo fue, en plena fiebre ajena, el que los Beatles se mostraran sorprendidos del éxito propio. Alguien, a favor del dislate, ha llegado a llamar benefactores de la Humanidad a los Beatles. Y a fe que lo fueron, pero en razón de algo que ignoran los más exaltados panegiristas. Por influjo de los animosos jóvenes de Liverpool, y todo lo indirectamente que se quiera o se diga, se ha visto engrosada la nómina del Nobel y la ciencia hoy y dispone de un nuevo instrumento, si eficaz en la prospección del cuerpo humano, del todo decisivo en la exploración neurológica: el EMI-scanner CT5005. Seguro que las mayúsculas iniciales se le hacen familiares al adicto al LP. Si, son las siglas (EMI) de la firma discográfica en que los Beatles dejaron grabadas sus canciones y amasados muy pingües dividendos de cuyo excedente algo, y no poco, había de venirle a la ciencia y a la Humanidad.
Tras largos años de investigación, el físico inglés Godfrey Houndsfield proporcionó a la Medicina, entre 1972 y 1976, un nuevo sistema exploratorio que permite ver la estructura anatómica en la imagen de sucesivos cortes transversales (algo así como penetrar en cualquier porción del cuerpo humano y retratarla en secciones y secciones como rodajas). Todo un invento, que en el campo concreto de la neurología supone un-avance de siglos y costó al de las finanzas millones sin cuento. Y parece ser que de las incontables sumas que los Beatles rentaron- a la EMI, : destinó ésta unas cuantas al feliz desenlace de un descubrimiento decisivo para la ciencia y la Humanidad, de la que los Beatles (causas mínimas pueden alumbrar máximos efectos) resultan ser, si, indirectos y eficientes benefactores.
ABC - 23/12/1980
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