Pareciendo de razón que mi comentario habitual se ciña al arte de nuestro tiempo, ha de parecer
igualmente previa y razonable la formulación inmediata de esta pregunta: ¿Qué es lo moderno?
¿Cuáles, los orígenes, incidencias y resultados de una realidad presente a los sentidos que en el ámbito de las artes plásticas (y también en el espectáculo urbano, en el tránsito callejero, en la costumbre misma de la convivencia, del atuendo, del ambiente...) tanto el experto como el profano vienen a englobar y definir en la genérica noción y expresión de lo moderno?.
Cabe en principio decir que la noción de lo moderno, en su aceptación más amplia, se refiere a un profundo cambio acaecido en la estimativa del mundo circundante, cuya traducción objetiva se ha venido a plasmar en la disposición peculiar, moderna, de las cosas creadas o simplemente usadas o contempladas por el hombre contemporáneo. Lo moderno es hoy la costumbre (no la mención de lo escandaloso, de lo extravagante o lo raro, como lo fuera en sus orígenes): la presencia de unas premisas que condicionan la actividad del creador y someten la mirada del ciudadano.
Lo que hoy decimos moderno es, en suma, un suceso histórico del que nosotros somos parte y consecuencia: la concreción real, hecha ya vida, de una actitud renovadora que en un pasado próximo se enfrentó, a favor de las corrientes vanguardistas y en nombre del progreso, a una realidad precedente y decadente. Las cosas que hoy afectan nuestra familiaridad (quizá ya nuestra rutina) con el dato de lo moderno obedecen al paulatino asentamiento de unas directrices ayer revolucionarias, convertidas hoy en espejo familiar de nuestro propio paso por la calle.
El decidido propósito de ruptura con el «orden preestablecido» entrañó en sus orígenes la esencia de lo moderno. Tal propósito no ha significado, sin embargo, la proclama del desorden; ha supuesto, más bien, el nacimiento de un «orden nuevo., cuyas consecuencias abarcan la realidad' actual o son el entorno renovado, «moderno., de nuestro presente. La aclimatación de este orden nuevo a la realidad sensible de nuestros días no ofrece dudas: las premisas que ayer alentaban la revolución, hoy entrañan la costumbre. Lo moderno es la adecuación histórica entre ésta y aquélla.
Ruptura
Invitado a elegir la nota más significativa de aquellos momentos renovación y vanguardia, no dudaría en aceptar, como tal la ruptura que al instante se produce entre los promotores de la nueva mentalidad y la sociedad de su tiempo (anclada en usos tradicionales o en el marco anodino del “buen gusto”) entre los que “ven” y los cegados por torpeza, apatía, erradicación, alienación o prejuicio, entre quienes avizoran el futuro y quienes persisten en la validez de unos esquemas fosilizados..., y sobre todo, y por triste que ello sea, entre la minoría y la masa.
La ruptura tajante entre una minoría dada al riesgo, y la masa alienada, muy a su pesar, viene a crear una situación real, ineludible. Y es normal que en ciertos sectores (antes ideológicos que estrictamente culturales) ello provoque una reacción de hostilidad hacia el artista: el consabido alegato de que e artista vive de espaldas al pueblo cual si fuera algo privativo del arte y no ocurriera otro tanto en toda otra actividad humana (sea ejemplo la ciencia, indispensable para e acto mismo del respirar) que os tente auténticos valores de conocimiento y creación.
Equilibrio
Poco a poco va reduciéndose tal ruptura terminando por producir se un estado de equilibrio en el que se patentiza el signo del progrese Lo que se alzó como bandera de revolución y prosperó como van guardia se convierte luego en pro grama, en academia, y crea un clima de familiaridad que insensiblemente invade plazas y avenidas hasta fijar en la mirada del más indolente de los ciudadanos el reflejo de las nuevas formas y apariencias. Y, así, la sociedad que antes repudiara la validez del nuevo estilo, con el desdén de la ignorancia, lo acepta ahora por ley de la costumbre.
El hombre medio, el que no prestó especial atención al suceso del arte o al más global de la cultura, es hoy, pese a ello, consciente de lo moderno como algo circunstante, embargante, plenamente acorde con el tránsito de sus propios días. Y ello viene a probar que se ha cumplido «una ley de equilibrio histórico» latente y operante en la entraña misma del progreso: lo que nació a tenor de hipótesis renovadoras y al calor del grito vanguardista, ha terminado por hacerse academia en la sensibilidad del experto y costumbre de las costumbres en la mirada del profano.
Este que vivimos es tiempo de equilibrio, muy oportuno para la reconsideración conceptual y la revisión historiográfica. El hombre medio de nuestros días ve inmerso en el área de lo moderno. El espectáculo cotidiano (salón, templo, aeropuerto, supermercado...) patentiza en sus ojos (sin atender par nada su capacidad o deficiencia asimilativa, ni al acierto o desatino de lo que se ofrece a su contemplación) la presencia inmediata de unas formas y estructuras, luces colores..., de unas categorías que en suma, encarnan y pregonan la vigencia de lo moderno.
Viene, en sentido opuesto, a corroborar la «ley del equilibrio» la actitud de los nuevos vanguardistas («los novísimos») que como tales se rebelan contra la paradójica inmovilidad de lo moderno. Ello son ahora la vanguardia y, en su nombre, dan por caduco el presente, el status de lo instaurado al uso al día, proclamando otras premisa y otro futuro, aduciendo la oportunidad, o quizá la mera pretensión, de su peculiaridad manifestativa hostil a la noción acostumbrada de lo moderno y abierta a otras formas criterios y angulaciones del arte y de la vida.
Lo moderno
Hace tiempo que la teoría de lo moderno abandonó aulas minoritarias y frentes vanguardistas para instalarse, cual costumbre de las costumbres, en el suelo del diario acontecer. «Es una casa moderna -oímos decir al experto y al profano, refiriéndose ambos a una realidad sensible, no a una teoría general o a un concepto puro-, un diseño moderno, un decorado moderno, un mueble moderno...» ¿A qué realmente alude esta voz, esta mención generalizada de lo moderno? A la asimilación global, todo lo inconsciente que se quiera, de un acto de vida, de una presencia embargante.
La mirada del hombre de hoy, se halla del todo familiarizada (y cuanto más inconsciente, más efectivo o es el dato de la familiaridad) con el despliegue empírico de aquellas categorías innovadoras que Picasso y sus gentes acertaron a descubrir en la primera década del siglo. Ha cesado en la práctica la disociación; se ha impuesto la ley del equilibrio. En uno de los platillos, la asimilación, por parte de las masas, de unas nuevas formas v estructuras; en el otro, la actitud negadora e indagadora de las nuevas vanguardias; y en el fiel, la aclimatación de lo moderno.
Picasso
Quienes aún polemizan en torno, por ejemplo, a la empresa innovadora de Pablo Picasso o discuten la validez y autenticidad de su arte (¡la eterna cantinela de que el buen pintor malagueño vino al mundo con la única misión de burlarse del vecino!) no suelen pararse a meditar que más de una vez el lugar mismo (aula, salón o cafetería...) en que la discusión se desarrolla o estalla el anatema, ha sido paradójicamente diseñado y construido de acuerdo, fundamentalmente, con premisas picassianas, más o menos genuinas, rectas o colaterales, pero, a fin de cuentas, picassianas.
«Picasso -ha escrito Jean Cassou-: en ese nombre simbólico ha resumido el público todo el asombro y toda la indignación que le inspira el arte moderno.. No. De ningún modo podemos compartir el juicio del otras veces sagaz escritor francés. El que no haya por parte del «público» un grado estimable de reflexión en torno al arte moderno». (¿lo hay acaso en torno a la actividad científica, decisiva en el acto de propio respirar?) no quiere decir que sé produzca a espaldas suyas, ni que sea tal su asombro ni tan grande la indignación como lean Cassou imagina.
El público ni se indigna ni se asombra. Son otros los protoestandartes de la indignación: aquellos, concretamente, que ven en el arte moderno y en símbolo picassiano la frustración definitiva de un pasado que ellos desearían para si, y para el orbe, imperecedero, la no retroacción hacia un ayer que ellos quisieran encarnar, imprimir e imponer, a manera de dique, en el curso fluyente de la historia. Su violenta indignación ante el arte moderno y ante el símbolo picassiano encubre, de hecho, la afirmación de aquél y delata la importancia de éste en su desarrollo.
¿Qué es lo moderno? La aclimatación de un nuevo paisaje al curso del presente, o la conversión de un acto ayer renovador, en hábito diario. De nada vale ya el contumaz alegato de que el artista vive de espaldas al pueblo, ni la alegre negativa del neoprogresismo en torno a su vigencia, ni mucho menos la indignada pretensión, alentada por los sectores más reaccionarios, de combatir lo moderno por cuanto conlleva la no retroacción de un pasado más o menos glorioso. Lo moderno es hoy, la costumbre, traducida su manifestación empírica como «cosa entre las cosas».
EL PAIS - 16/05/1976
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