La devoción que el pueblo de Madrid ha mostrado a su santo Patrón queda harto manifiesta en el número de lugares a él dedicados. Dado de lado el tiempo remoto, se sabe que a comienzos del siglo pasado se llamaban de San Isidro (aparte de la que así síguese llamando) las que hoy llevan nombre de Alfonso VI, Pretil de Santisteban y Huerta del Bayo. Hasta fecha no lejana, y corriendo ya nuestro siglo, en la Villa y Corte había Camino Bajo, Camino Alto y Carrera de San Isidro. Siete enclaves, pues, de Madrid se han visto históricamente honrados, que uno sepa, con la memoria del bendito labrador, sin que a los madrileños importara mucho la confusión que de ello pudiera derivarse.
Trazar, tradición en mano, una ruta de San Isidro es empresa fácil; tan fácil como recomendable se le antoja a uno que el Concejo tenga a bien «señalizarla» para satisfacción de devotos y atención de viandantes. La memoria del Santo Labrador se concentra en el corazón del Madrid histórico, con tres arterias que de él llegan, pasado el río Manzanares, a la ermita de su advocación, en el lugar mismo en que el santo, cual nuevo Moisés, hizo brotar agua de la roca ante la pradera luego inmortalizada por el pincel de Francisco de Goya y Lucientes. Una ruta memorable cuyo corazón cabe en un puño, quedando el resto de ella confinado a las afueras de Madrid, cuando el romero (que lugar es de romería) haya cruzado sus dos puentes principales: el de Segovia y el de Toledo.
Hay en Madrid un paraje recoleto como una plegaria, apretado como un puño y abierto de par en par a la continuidad de seis plazas: las de la Paja, de los Carros, de Puerta de Moros, de San Andrés, del Humilladero y de la Cebada. Ese mismo e histórico rincón (rincón es, pese a la multitud de plazas que lo definen) concentra en uno solo tres templos: la parroquia de San Andrés, la capilla del Obispo y la capilla de San Isidro. Sin salir para nada de sus exiguos límites puede el transeúnte adquirir viva noticia y dar con los pasos ciertos de una familia triplemente santificada: San Isidro Labrador se llamó y se llama el padre; Santa María de la Cabeza la madre y San Illán el hijo nacido de tan ejemplar matrimonio.
Calle del Águila
A tenor de lo que la tradición aconseja (y «lo que no es tradición es plagio») ha de iniciarse la ruta de San Isidro en el lugar mismo de su nacimiento, acaecido hacia 1080, cuando Madrid estaba en poder de los moros. No, no es preciso que el viandante excede las lindes del paraje arriba descrito. Acuda a la calle del Águila, a unos pasos de él; de su abrirse y cerrarse en su propia andanza. En el número uno de dicha calle, sede de la Sacramental de San Isidro, hay una capilla restaurada de los recusables «incendios» que precedieron a la guerra civil.
Cuenta la tradición que la mesa del altar fue formada con una de las arcas en que fue sepultado San Isidro, y la misma e ingenua fuente insiste en que ahí, justamente ahí, vio la luz el bendito Patrón de los madriles.
Iniciada en la cuna del Santo, debe la ruta concluir en el lugar en que halló primera sepultura. Y es en este punto donde vienen muy al caso las tres sobredichas iglesias que, con diversidad de época y estilo, ocupan un mismo suelo, sin otra separación que sus propias medianerías. Falleció San Isidro en 1172 y fue enterrado en el camposanto de la iglesia de San Andrés. Al cabo de cuarenta años, y para ser trasladado al interior del templo, fue desenterrado su cuerpo que apareció entero e incorrupto. Y así se mantiene, momificado, como el año pasado (y por cumplirse el decenio) tuvo ocasión de comprobar el pueblo de Madrid. Con algún desperfecto en nariz, labios, dientes y dedos de los pies (a causa, no pocas veces, de desmedido afán posesivo de sus devotos) conserva el cuerpo la piel, la carne y muchos de los músculos.
De la iglesia de San Andrés pasó el cuerpo del Santo a la capilla del Obispo, aneja a aquélla y así llamada porque a tal fin la mandó edificar don Gutierre de Vargas y Carvajal, siendo titular de la sede episcopal de Plasencia. Es ésta una de las iglesias más hermosas de Madrid. Entre gótica y renaciente, se ve presidida, junto con otras cuantas joyas, por el soberbio retablo de Francisco Giralte. Veinticinco años estuvo enterrado en ella el Patrón de Madrid. Diferencias e incluso disputas entre el clero de uno y otro templo trajeron por final el traslado de la reliquia, venerable e incorrupta, a la antigua sepultura, de la que había de salir a otra nueva, suntuosa y deslumbrante, pero tampoco definitiva: la capilla de San Isidro.
En presencia del Rey Felipe IV colocase la primera piedra en 1643, y en 1669 la última. Se trata de una iglesia que de aquel tiempo a esta parte destaca mucho, y para bien, en la fisonomía de Madrid, siendo de admirar su cabecera (que, unida a la parroquia de San Andrés, da a la plaza del mismo nombre y a la de los Carros), coronado el conjunto por una de las cúpulas más altivas y airosas de la Villa y Corte. ¿Su interior? Fue lamentablemente arrasado en la «quema» de 1936. El 15 de mayo de 1669 era trasladado a ella el cuerpo incorrupto del santo labrador, que ya había reposado dos veces, como digo, en la parroquia de San Andrés y una en la capilla del Obispo, terminando por hallar reposo definitivo en la iglesia catedral que hoy lleva su nombre.
Catedral de San Isidro
Fue el Rey Carlos III quien ordenó el traslado del cuerpo de San Isidro a la hasta entonces iglesia de los jesuitas, cuya expulsión por él mismo decretada dejaba abierto y libre el templo a su nuevo empleo catedralicio y funerario. En el intercolumnio central de la que fue jesuítica iglesia de San Francisco Javier (edificada en el siglo XVII), y actualmente es catedral de San Isidro, se abre un nicho de medio punto con un pedestal. Sobre él se instala la doble arca que custodia el cuerpo de San Isidro, y dentro de él se conserva la urna con las reliquias de Santa María de la Cabeza. Huelga añadir que catedral y sepulcro quedan enclavados en la calle de Toledo, a un tiro de piedra del paraje aquí descrito y circunscrito.
Por él debe mediar la ruta porque en él se produjo la esencial biografía de nuestro Isidro Labrador. El canto llano de la tradición nos cuenta cómo vivió y murió en la mencionada plaza de San Andrés, en la casa, por más señas, que llevaba el número 2. Y digo que «llevaba», de tener en cuenta que, conservada y restaurada a lo largo de siglos, fue insensatamente destruida hace apenas ocho años en aras de una especulación que, aun causado el mal, logró frenarse. Vallado el solar y tapiado el altar de la capilla, sólo es hoy visible el orificio del pozo en que San Isidro hizo el celebrado milagro, en tanto siguen almacenadas las columnas del patio... a la espera (en ello andamos) de una pronta reedificación.
Una vez reconstruida esta casa de San Isidro, debe volver a su fachada la lápida en que hasta 1975 le era grato leer al paseante:
«Es tradición antigua que San Isidro vivió y murió en este aposento donde se construyó la capilla, y reedificaron los señores de esta casa en el año 1608, y en el de 1663 se colocó la sagrada efigie que existe, a la devoción de don Vicente Ramírez, y últimamente se ha vuelto a reedificar a expensas de los señores condes de Paredes, conforme está, en el año 1783.» En este lugar se produjo, según dije, el milagro del pozo. A él había caído un niño y, a ruegos del vecindario, San Isidro (que antes que labrador fue pocero) hizo subir merced a su oración las aguas a la superficie con la criatura sana y salva.
La casa de Iván de Vargas
Sin salir del paraje isidril por excelencia, la tradición nos habla del establo en que el bendito labrador guardaba su yunta. Se hallaba en la calle del Pretil de Santisteban que antes (como ya quedó apuntado y por lo que ahora se agrega) se llamó de San Isidro. Tampoco hay que alejarse mucho para dar con la casa solar de Iván de Vargas, de quien fue
criado San Isidro Labrador. Basta con cruzar la inmediata calle de Segovia e ir a la estrecha y mínima del Doctor Letamendi (que antes se llamó costanilla de San Justo y también de «Tente en tieso»). En una de sus fachadas una inscripción dará al transeúnte cumplida noticia de este otro y no menos recordable capítulo isidril. De San Isidro, en fin, se llama la calle que va de la de Don Pedro a la del Angel porque en ésta (en un humilladero u oratorio) hubo una imagen del Santo que luego pasó a la Venerable Orden Tercera.
La ermita y la fuente del Santo
La devoción hizo que la ruta prosiguiera (y hoy prosigue) al otro lado del Manzanares a través de los dos puentes que le son más familiares: el de Segovia, del siglo XVI, y el de Toledo, del XVIII, con las imágenes de San Isidro y Santa María de la Cabeza en sus respectivas y bien labradas hornacinas. Nacido de éste arranca el Camino Bajo de San Isidro (actualmente paso de
San Illán) y sobre él discurre el Camino Alto de San Isidro (hoy paseo del 15 de Mayo). Del otro parte la Carrera de San Isidro (que ahora se llama paseo de la Ermita del Santo). A ella, a la ermita, conducen todas estas vías extramuros y allende el río. A su diestra brota la fuente que hizo manar el Santo con sus virtudes curativas, y a su amparo se extiende la pradera, de cuyo aspecto en día de romería nos dejó Goya, según quedó dicho, su celebrada pintura.
Cuentan Peñasco y Cambronero cómo a propuesta de un amigo suyo (cuyo nombre ocultan en atención a su probada y admirada modestia) la Archicofradía Sacramental de San Isidro colocó sobre la puerta de ingreso, el 14 de mayo de 1885, una lápida con la siguiente inscripción que, aprobada por la Academia de la Historia, viene a resumir la historia misma de la ermita del Santo: «La emperatriz doña Isabel, en acción de gracias por haber sanado su esposo, don Carlos 1, y su hijo, el príncipe don Felipe, bebida el agua de la fuente milagrosa, instauró esta ermita. Año 1528. Reedificada por el marqués de Valero, fue bendecida en 1725. La Real Archicofradía de San Pedro, San Andrés y San Isidro dedicó esta memoria. Año de 1885. »
Cotejadas las fechas, no le será difícil al lector acertar con el origen de la ermita primera y con el tiempo de su reedificación y buen estado hasta la guerra civil. Secuela lamentable de ésta, o de sus tristes prolegómenos, la fábrica del templo quedó en ruinas, que allá por los años cuarenta fueron reparadas. ¿Una airosa atalaya sobre la Villa y Corte? No, no da para tanto el lugar, cercado como hoy se ve por el desatino de la edificación y el hacinamiento. Un punto, eso sí, de concentración y festividad para el pueblo con memoria. Animado como parece nuestro Ayuntamiento a fomentar las fiestas patronales, ¿por qué no prueba a programar el recorrido que aquí se sugiere, y con la correspondiente «señalización», como hoy se dice? Recorrer la ruta de San Isidro Labrador no es otra cosa, a fin de cuentas, que repasar de punta a cabo la historia de Madrid.
LOS DOMINGOS DE ABC - 15/05/1983
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