El cine Doré, felizmente salvado de demolición ajena y ruina Propia, va a ser, al fin, restaurado y rehabilitado. La rehabilitación atenderá, además, a aquella finalidad y función que más suyas le remitan: vuelve el cine Doré a ser sala de proyección cinematográfica y de muy especializados alcances. Con ello viene a concluir, y para bien, una reciente historia en que la amenaza de derribo suscitó una reacción de defensa (de la que uno fue porte) del primer local cerrado destinado en Madrid al «séptimo arte» y ejemplo no poco singular de nuestra «arquitectura modernista».
El Ayuntamiento de Madrid, que un día lo tomó en sus manos, lo pone ahora en las del Ministerio de Cultura para que lo emplee exclusivamente como sala de proyección de la Filmoteca Nacional. A treinta años se extiende el contrato, de cesión, quedando el Ministerio de Cultura obligado a restaurar el inmueble y cuidar de su mantenimiento y decoro. Atinada solución, me creo, tanto por lo que a salvación atañe de este muy significativo exponente del «modernismo» (en cuya cuenta no abunda la arquitectura madrileña) coro por devolver el local al empleo, repito, que le es más propio.
Nació el cine Doré con vocación de tal. En su primitivo solar, convertido en barraca, tuvieron lugar las primeras representaciones que del arte del celuloide conociera el pueblo , de Madrid, para, parar, la víspera misma de su cierre, en cine de pipa, cacahuete y amoríos de penumbra. Su situación en, el callejero le dio y seguirá confiriéndole inconfundible aire castizo: que muy madrileño es eso de hallarse en la calle de Santa Isabel, confluyente con la de Atocha, en la plaza o corazón de Antón Martín. Arquitectura al margen, el cine Doré se me antoja dato imprescindible en la fisonomía de la Villa y Corte.
Obra singular del arquitecto Críspulo Moro, el cine Doré resume (que en Madrid sólo hay resumen de ello) el ejemplo de la «arquitectura modernista», al tiempo que extiende su impronta al primer tramo de la calle de Santa Isabel. Compónese su fachada a modo de arco de triunfo, con el apoyo de una serie de columnillas estriadas y el remate de un airoso antepecho. En su interior la sala se distribuye en tres alturas (de acuerdo con la tradicional proporción de patio, palcos y plateas), viéndose articulado el conjunto por la gracia de un vestíbulo generoso y una muy efectista escalera.
Hacia 1900 hubo en su lugar una barraca, en la que al madrileño se le ofrecieron las primeras sesiones del cinematógrafo. El edificio actual data de 1922, cuando el «modernismo» antecedente daba ya paso al propiamente llamado «movimiento moderno». La salvación, restauración y rehabilitación del cine Doré valen una vez más para significar cómo el valor «fisonómico» debe prevalecer sobre otros y otros de supuesta dimensión artística (a merced, tantas veces, del veleidoso «gusto de la época»). Quede, en fin, confinado el hecho al buen aire de esta noticia: «El cine Doré vuelve a ser el cine Doré.»
ABC - 21/10/1983
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