Lo natural o más acorde con su propia orientación geográfica es que la ruta tome su origen de la plaza de la Moncloa. A diestra y siniestra, la mole trentina del Ministerio del Aire y dependencias, más el estrambote, siempre inconcluso, de ese templo o monumento conmemorativo, que, pese al adorno superficial de cruces y más cruces al tresbolillo (pruebe usted a contarlas) no puede disimular una cierta apariencia de depósito (¿de agua bendita?). Al fondo, el Arco de la Victoria con su cuadriga y sus latinas, y, más al fondo, el recorte y ramillete de crestas y atalayas (la toma de la Iglesia Colonial, el faro de la Escuela de Navales, el chapitel del Colegio José Antonio...), cerrando la visión y confiriendo a la divina prosperidad un aura surrealista que; de puro arbitraria, para sí hubiera deseado el mismísimo Giorgio de Chirico.
El suma y sigue de tales muros, arcos y espadañas constituye un auténtico) y paradójico telón de fondo, en el ingreso mismo de la Ciudad Universitaria, que impide de plano la visión y aconseja alterar el norte del itinerario. Antes, sin embargo, de emprenderlo, retenga usted con fuerza el espectáculo de este anacrónico-impensadamente- surreal-presuntamente-triunfalista, porque del contraste entre lo visto y lo que verá se deciden acierto e infortunio de la arquitectura de antes y después de la guerra civil, en el paraje cívico universitario.
Razones de estrategia nos llenan con presura a iniciar el recorrido en el corazón mismo del alma mater, y digo con presura, porque las actuales obras de reorganización de la central térmica (el edificio calefactor) están a punto de dar al traste con la construcción más encomiable de la Ciudad Universitaria, verdadero paradigma universal de la arquitectura racionalista. Obra de Torroja y Sánchez Arcas, acierta esta central térmica a concertar la airosa curva expresionista y el rigor del paralelepípedo y el cubo, el ladrillo y el hormigón, la interdistancia del vano ortogonal y del ojo de buey. Tan simple y ejemplar edificación puede aleccionarle a usted acerca de lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que dejó de ser la arquitectura de la Ciudad Universitaria de pre y posguerra.
A la derecha, y salvada la chapuza de Peritos Agrícolas, la cartuja de Montes y el paredón de Biológicas (tres ejemplos posbélicos), reconocerá usted nuevamente la arquitectura anterior al 39 en el irreprochable conjunto de ladrillo vivo que es sede de la Facultad de Ciencias, obra de Miguel de los Santos. Frente a ella, se explica otra buena lección arquitectónica en el pabellón A de Filosofía. No tuvo el arquitecto Aguirre igual fortuna en la repetición del modelo, con destino a la Facultad de Derecho, ni en el pabellón B de Filosofía, pese a las pretensiones (¡otra vez la torre emblemática!) del cuerpo central.
Se recomienda al viajero el retomo a la ya citada y elogiada central térmica para que la admire por vez última o antes de que las obras de reorganización alcancen el término del desatino. Avance luego hacia la izquierda; hágalo con calma e irá descubriendo, a una relativa distancia, el concierto solemne de la Facultad de Medicina, flanqueada por la de Farmacia y la Escuela de Estomatología. La proximidad paulatina le irá cerciorando de las ejemplaridades que allí se dieron cita antes del 39, y de los desmanes que, a partir de entonces, se han venido perpetrando.
El primero de ellos concierne al cromatismo. Si usted contempla con alguna atención la cara posterior del edificio (en perpetuo y lamentable estado de abandono), advertirá cómo el arquitecto Sánchez Arcas se había esmerado en fundir, de arriba abajo, la sucesión de las ventanas mediante un elemento cuadrangular, entonado en negro, que las convierte en franja vertical y les da apariencia de columnas. Pase ahora a la cara frontal, y observará, no sin enojo, cómo ese mismo elemento interdistante, al haberse pintado de blanco, destruye la verticalidad, relaciona horizontalmente las ventanas y convierte el otrora arrogante edificio en una serie de bloques de viviendas baratas.
El estado de abandono de la cara posterior llega a la desidia en lo tocante a las cubiertas. Una de las pop más interesantes de la Facultad de Medicina flancos adyacentes, es la que se le otorga al viajero desde la altura de los jardines del Hospital Clínico. La súbita visión de arriba abajo indujo a Sánchez Arcas a trazar un verdadero conjunto escultórico, entonado en color rojizo e integrado por los propios accesorios (chimeneas, aliviaderos, máquinas de ascensores...), que hoy tiene todo el aire de un almacén de escombros o reúne públicos requisitos para la pertinente declaración de ruina.
En lo alto, el Hospital Clínico, pese a las reformas y al mal acabado, sigue siendo obra maestra de Manuel Sánchez Arcas. Frente a él, y entre torre emblemática y arco conmemorativo, el Estadio y la zona que alberga los colegios Cisneros y Covarrubias dejan huella del buen hacer de Luis Lacasa, así como la Escuela de Arquitectura honra la memoria de Modesto López Otero. Atribúyase a él y al equipo que en tomo a él se constituyó (los Sánchez Arcas, Torroja, Aguirre, De los Santos, Lacasa, Fernández Casado...) lo más y mejor de la arquitectura de preguerra en el paraje de la Ciudad Universitaria, mereciendo un piadoso silencio sus émulos inconsecuentes a partir del año 39.
La línea divisoria no admite dudas. Cuando afronte usted la estampa de un edificio razonable, bien construido y no pocas veces magistral, sépase ante la arquitectura de arrasa. La suma y sucesión de torres, crestas, chapiteles, atalayas, arcos y frontones..., más la remembranza (anacrónico-surreal-triunfalista)del pasado glorioso, le darán paradójica de la de después. Muy de lamentar es, en todo caso, que lo que pudo medrar como ejemplar relación arquitectonico-urbanística, haya concluido en confusión babélica y notable desafuero, a las puertas de Madrid.
CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO - 31/07/1976
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