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Edita: Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia
Imprime: Gráficas Ellacuría - Avda. del Generalísimo, 19 - Erandio - Bilbao
Depósito Legal: BI-2585-1974
ISBN: 84-369-0363-3
Año de Publicación: 1974
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I. ARQUITECTURA Y PEDAGOGIA
A finales del pasado 1970, Antonio Fernández Alba obtenía, tras viva y aun acalorada oposición, la cátedra de Elementos de Composición de la Escuela de Arquitectura de la capital de España. La efemérides entraña algo más que la constancia del dato relevante o el eventual colofón de una biografía en pleno desarrollo, apenas asomada a la madurez humana y creadora. Antonio Fernández Alba que había dictado, en calidad de profesor encargado de cátedra, el citado curso de Elementos, a lo largo de diez años. decidió abandonar la docencia oficial de la arquitectura, en 1968, por abierta incompatibilidad con los métodos didácticos, impuestos jerárquica, sistemáticamente y al arbitrio ajeno, o simplemente aconsejados por el peso de una tradición poco coherente con la realidad cultural de nuestros días. ¿Suponía esta decisión la renuncia al norte de una vocación fructífera, probada holgadamente en la disciplina de un ejercicio magistral, intenso, sin intermitencias ni fisuras, a lo largo de un decenio?
El impulso vocacional y el campo de su ejercicio son del todo inseparables, respondiendo su mutua pertenencia o inadecuación a la congruencia o al despropósito de las normas y condiciones a que atiende cualquier acción humana, fundada en la vocación. Pocas actividades, dentro de la relación colectiva, reclaman un grado equiparable de vocación al de la docencia, en cuyo ejercicio el peor de los males proviene del dictado, desde fuera, de una sistemática que pretende regular la intrínseca relación entre quien enseña y los que aprenden, relación constituida en verdadero campo intelectual, con el carácter propio de autonomía que el moderno estructuralismo atribuye a este concepto. Fernández Alba, abocado ayer, por el carácter condicionado y perentorio de un magisterio delegado, a la renuncia de la cátedra, vuelve hoy al aula oficialmente suya, con el ánimo de proseguir, desde dentro y a favor de más amplias facultades, digamos legales, la práctica de una vocación irrenunciable y reanudar el magnetismo enriquecedor en el que se desenvuelve su acción creadora y de la que arranca su complexión y ejercicio del magisterio.
Intencionadamente introducimos en el relato la forma indicativa del verbo, no con el propósito de imbuir nuestra prosa de aquel matiz narrativo o histórico que aconsejaban las viejas preceptivas y cuya función consistía en actualizar, a los ojos del lector, un acontecimiento del pasado, sino para emitir en estricto presente lo que es propio del presente, o para urdir en el tiempo justo de su desarrollo, el curso de una biografía que se halla en pleno desarrollo. Trazar la biografía de un personaje que apenas sí acaba de presentir el brote de su madurez humana y creadora conlleva, de algún modo, el riesgo de clausurar en vida, la vida misma del biografiado. Desde un punto de vista semántico e incluso etimológico, la voz biografía prece, sin embargo, aludir al cómputo vital de un acontecer en la genuinidad palpitante de su propia génesis. Dijérase que su significación se aquilata y esclarece cuando el despliegue de la vida y el de la narración llegan a ser del todo equivalentes en el tiempo y en el modo, de suerte que el hacerse y el decirse sean estricto correlato. Sólo en este sentido aceptamos el carácter biográfico de nuestra exposición, mejor semblanza que crónica, antes bioferi que biofactum, recensión en presente de un presente en plena floración, alumbrado por la paulatina acción instauradora, docente y cultural de Antonio Fernández Alba.
Tal y no cualquier otra razón de sorpresa o estímulo para la atención quien leyere, nos induce a encabezar nuestro relato con el último de sus capítulos. Queremos partir del presente y afincar en el campo intelectual de su tiempo, pensamiento y obra de nuestro biografiado, porque la conciencia de aquél y la recta inserción en las fronteras de éste deciden, justifican y valoran su actitud cultural y su quehacer arquitectónico. Este capítulo, último en el tiempo y primero de nuestra semblanza, contiene un dato revelador a la hora de iniciar el cómputo de una vida que, a tenor de la formación y la edad misma de su protagonista, parte del presente y se orienta al vislumbre de un futuro inmediato, a un palmo de su vigencia efectiva: la memoria pedagógica, presentada por Fernández Alba en el trámite de la antedicha oposición a la cátedra de la Escuela madrileña. Contraviniendo a las claras el carácter recensivo de logros o merecimientos, implícito en la noción, en la costumbre y hasta en la etimología de lo que comúnmente se entiende por memoria académica, Antonio Fernández Alba ha elaborado un informe, un verdadero documento, leído con admiración, si no con sorpresa, por alguno de nuestros sico-pedagogos más relevantes, en el que se analiza la no muy halagüeña realidad del presente y se aborda el enfoque de cara al porvenir próximo, de acuerdo con las circunstancias socio-culturales y tecnológicas del tiempo que corremos y en virtud de un criterio abierto y dinámico, capaz de hacer posible la incorporación de las naturales transformaciones, ineludibles en todo proceso de enseñanza. La voz de Fernández Alba habla, a lo largo de la memoria pedagógica, en términos de futuro, pero no de un futuro utópico, sino de aquél que se adivina en el envés de nuestro presente, crítico y agónico, de aquel que él pretende hacer real en el ejercicio inmediato de la docencia, como lo viene haciendo en la práctica ejemplar de la arquitectura.
Hemos tomado como punto de partida -reza el texto literal de la memoria- una consideración lo más significativa posible de la crisis que sufren en la actualidad los métodos pedagógicos vigentes, rebasados histórica y culturalmente por las premisas que hacen patente nuestra realidad actual. La revolución social y la tecnológica están diagnosticando un entorno cultural, aún no vigente, pero que perfila y polariza su configuración con una gran carga de violencia. La revolución cultural a la que asistimos en sus primeros pasos reclama una serie de supuestos que hacen necesario concebir una nueva estructura pedagógica. La «contestación» en sus manifestaciones más operativas y la renovación de procedimientos didácticos son factores sociales e ideológicos que estimamos habrán de tenerse en cuenta a la hora de formular unos esquemas que intenten canalizar cualquier proceso de metodología escolar. Tres razones, cuando menos, nos inducen a citar literalmente el texto preliminar de la memoria, expuesta, con innegable audacia y a contrapelo de la tradición, por Antonio Fernández Alba, en el concierto de una oposición, convocada y proseguida en virtud de una metodología y un procedimiento eminentemente tradicionales. Y las tres razones nos vienen dictadas por el propósito de acentuar, una y otra vez, el marco histórico en que discurre el quehacer de nuestro personaje: el hoy en curso, los días que nos alimentan, nuestros días. Queremos, de una parte, afincar en la confluencia del presente y del futuro inmediato el tránsito de una biografía en marcha, a caballo de uno y otro. Nos parece, por otro lado, elocuente y oportuno dejar a oídos del lector la voz, el acento vivo de su protagonista, cuya actividad es igualmente viva y mil veces actualizada. No hallamos, por último, mejor rúbrica de una mentalidad auténticamente moderna y positivamente operante, que la manifestación al día, de puño y letra de su propio autor, en torno a un propósito creador, entrañado en una actitud profundamente renovadora.
Invitados a elegir una sola nota, capaz de definir arquetípicamente la concepción teórica y la acción empírica de Antonio Fernández Alba, poco dudaríamos en aceptar como tal su recta inserción en el campo intelectual de su tiempo, de nuestro tiempo, y la firme e irrenunciable voluntad de convertirlo en campo de operación, en obra fehaciente, sin concesiones ni miramientos al buen gusto o al criterio ajenos (incluyendo, claro está, los de una posible o futurible y tantas veces frustrada clientela). Traducir el tornasol de esta nota singular al universo de las acciones humanas es patentizar en la gestión de Fernández Alba el predominio de estas dos virtudes: un sólido fundamento cultural y una honestidad inquebrantable. entendiendo por cultura, más que un bagaje, una actitud (la apertura diáfana del espíritu a aquello que al espíritu conviene y corresponde, en el ámbito histórico que lo alimenta) y cifrando la honestidad en la justa adecuación del pensamiento con la obra. Junto a ellas, aún nos sería dado destacar el ánimo eficaz que siempre ha orientado mente y conducta de nuestro hombre. Su inclusión decidida en el área de lo propiamente cultural, en modo alguno se asemeja al afán del teorizante puro. Antonio Fernández Alba es un pensador y un arquitecto realista. Su ideario atiende próximamente a la compleja realidad de nuestro tiempo y su obra quiere responder con eficacia a la problemática del entorno en que vivimos, siendo su honestidad ideológica y profesional mera resultante de aquél y de ésta.
Y puesto que el propósito de narrar en presente el hacerse mismo de una biografía en pleno desarrollo nos llevó a iniciarla por el capítulo pedagógico, procuraremos ahora abordarlo y concluirlo más en atención al pensamiento y obra de su protagonista que a la gracia o desgracia de un anecdotario circunstancial. El texto antes extraído de la memoria pedagógica, escrita hace unos meses por Antonio Fernández Alba, pone de manifiesto el acento agudo de estas tres voces, nada ajenas a la sensibilidad de un espíritu verazmente contemporáneo: contestación, violencia y urgente proposición de una nueva estructura pedagógica. Y es, precisamente, en su congruencia positiva donde cobra actualidad y sentido el propósito docente de quien acaba de reincorporarse a la enseñanza oficial. Adicto a un sector realista del pensamiento filosófico contemporáneo, Antonio Fernández Alba acepta, desde luego, el acto contestarlo, pero con la condición tajante de atenerse a la eficacia, a la factibilidad de un programa, atento a aquella situación social de la que necesariamente ha de depender y en cuyo ámbito ha de operar. Niega, por el contrario, cualquier actitud crítica o estoicamente formulada (la contestación, por la contestación) o dictada exclusivamente por la proclama de unos objetivos que, marginando la situación real, vienen fomentados por la obediencia ciega de este o aquel contestarlo a las premisas de una ideología abstracta o, a la inversa, propuestos por unas miras parciales y concretas.
Admitida la contestación, se hace imperioso, para Fernández Alba, el proyecto verificable de una nueva estructura pedagógica. Contestación y urgencia del proyecto renovador son términos alternativos: el primero subsiste en la medida en que no cobra realidad el otro. El nuevo procedimiento docente ha de ser, además, integral. Fernández Alba da la voz de alerta ante ciertas formulaciones fragmentarias de la pedagogía que, so pretexto de hipotéticas reformas, tratan realmente de implantar las consignas de un pragmatismo eventual y, a la postre, funesto: el postulado de unas técnicas cuya aplicación, dictada a favor de cierto pensamiento revisionista, viene exigida por la necesidad acuciante de justificar, sobre el cúmulo de unos conocimientos prácticos e inmediatos, la persistencia de un sistema establecido. Y, por último, la violencia. Voz, prodigada en nuestros días, tal vez como ninguna otra, entre el desafío, el temor y la cautela de lo constituido, rara vez, sin embargo, suele verse emitida en su específica alusión al ímpetu intrínseco con que se precipitan ineludiblemente las premisas y los acontecimientos conformadores de nuestro tiempo. El programa didáctico de Fernández Alba recoge certeramente el carácter objetivo de esta violencia, ínsita en la entraña misma de la brusca mutación que viene irremediablemente a conformar el orden contemporáneo. En el prefacio de su acción pedagógica, él, espíritu hondamente contemporáneo, señala sin vacilación la objetividad de la violencia que anima y desarrolla el proceso transustanciador del presente agónico hacia un futuro inminente, vital, a una mano de su vigencia efectiva. A su tenor, contestación y reforma integral traban su relación positiva en términos de urgencia, pareciendo del todo improcedente o simplemente vano cualquier remedio parcial, cualquier actitud dilatoria.
Este es el bagaje, tal la carga de intenciones con que nuestro joven maestro reanuda, hoy mismo, el ejercicio de una vocación voluntariamente en suspenso, por la imposibilidad o la condición limitativa de su colmado despliegue. No se nos diga que en la declaración de tan audaces puntos programáticos palpita tan sólo el fuego de una vida que aún reclama para sí la juventud o el destello olímpico de quien retorna victorioso al lugar en que fuera combatido, ya que no humillado. Antonio Fernández Alba es, ciertamente, un joven maestro, pero entienda el lector por juventud, antes precocidad que inmadurez, y asigne a su magisterio, por lo que hace a la acción creadora, uno de los primeros lugares en el recuento de la moderna arquitectura española, y diez años de asidua dedicación, amén de cuantiosa obra escrita y publicada, en lo tocante a su labor pedagógica. ¿Bastará, por otro lado, para justificar la contenida, la equilibrada vehemencia de quien vuelve, con nuevos bríos, a la jornada nutricia de la cátedra, aquel grado de olímpica serenidad, cifrada por nuestro clásico en el archirrepetido, y rara vez practicado, decíamos ayer? Si la renuncia a todo aspaviento retórico es característica esencial de su arquitectura, igualmente podría encarnar buena parte de su concepción humanística y también de su personalidad. Antonio Fernández Alba ha retornado al ámbito del alma mater con el mismo ejemplar dominio que, por sola razón de ética, antes le había inducido a la renuncia, y con idéntico propósito y más amplia facultad para proseguir el curso progresivo de un tenaz ejercicio docente, no por prurito alguno de probar reconocida suficiencia, ni por llevar a cabo cualquier reivindicación personalista y, menos, para subsanar (lo que tanto concuerda con la explosión del retoricismo patrio) un punto del honor mancillado.
Cabría aceptar alguna de las antedichas e híbridas motivaciones, si el audaz programa, explayado por Fernández Alba en el trámite de la oposición, se hubiera limitado tan sólo a sustentar el acento contestarlo, imprescindible, casi ritual, en estos tiempos de compromiso, o no pasara de ser alegre pirueta o índice progresista, impreso en la memoria académica de quien por vez primera acude a protagonizar la enseñanza universitaria. El programa, presentado hoy por Fernández Alba en el aula magna de la oposición, es, por el contrario, cifra y apretada síntesis de su anterior experiencia pedagógica, probada en el quehacer diario de la cátedra, a lo largo de un decenio, y dada a la luz pública, a través de un buen número de ensayos y monografías, en España y también allende las fronteras. La recta adecuación del pensamiento teórico con la acción empírica, ejemplifica y rige la actividad entera de nuestro personaje. El propósito de convertir el campo intelectual contemporáneo en campo de operación, acorde con la peculiar condición histórica, social y cultural de nuestra patria, se traduce de algún modo en ese equilibrio, correlativo y coetáneo, que siempre ha mediado entre su labor arquitectónica, el ejercicio de la docencia, y la ininterrumpida publicación de su obra escrita. Si a Fernández Alba corresponde lugar privilegiado en la recensión de la moderna arquitectura española, también en el recuento de las publicaciones (las del ramo y otras de más amplio alcance cultural) suele su nombre verse impreso con el sello de la costumbre, siendo igualmente habitual su voz en el dictado de conferencias y, sobre todo, de cursos monográficos, programados o alentados por entidades de probada solvencia cultural. Teoría y práctica, las dos vertientes canalizadoras (recogidas ambas en el primer punto programático de su memoria) dijéranse reflejadas en el radiante paralelismo entre sus escritos y su acción, tanto docente como propiamente arquitectónica. Y si excede el medio centenar la suma de sus publicaciones, editadas en España y en el extranjero y rectamente alusivas al hecho arquitectónico, no es menor el cúmulo de sus ensayos en torno a la enseñanza de la arquitectura, en cuyo contexto, tanto o más que en la síntesis del informe hoy presentado en el aula de la oposición, han de verse, íntimamente hermanadas, la coherencia y la actualidad de su pensamiento pedagógico. Becado, finalmente, por la Fundación Juan March, Fernández Alba está desarrollando, en el presente justo en que nosotros tramamos el fieri de su biografía, un trabajo de investigación sobre la enseñanza de la arquitectura en España, en el que, sin duda, ha de dejar constancia y rúbrica de su ciencia y experiencia docentes.
A todos estos ensayos y publicaciones, en la espera del mencionado trabajo investigador, sería menester el recurso para reconstruir las vías y el norte de su programa didáctico. Ni las dimensiones ni el carácter propiamente biográfico de nuestra glosa nos permiten alardes conceptuales, pero sí una aproximación, intentada líneas arriba, al enfoque pedagógico, propuesto por Fernández Alba, y la cita escueta de alguno de sus puntos explicativos. Una nueva estructura pedagógica, de consciente apertura, ha de engranarse en sus dos vertientes fundamentes, teórica y práctica, dirigirse al desarrollo de la personalidad, a la capacitación global del alumno y consumarse en el proceso de su maduración profesional. El proyecto de objetos, de acuerdo con la nueva metodología, orientada a afrontar los problemas de la supervivencia y el cambio, tendrá que ser forzosamente suplido por el diseño de entornos, fomentando así una fórmula colectiva de trabajo en equipo y anulando todo énfasis, subjetivista. El futuro arquitecto, al enfrentarse con esta nueva dimensión del diseño, dejará necesariamente de ser el transmisor oficial de los deseos inconscientes de una clientela más o menos halagada, para encarnar la figura de un ambientalista físico a la hora de traducir la veracidad del medio circunstante. Fernández Alba quiere, de esta suerte, convertir en pedagogía aquella norma a la que tantas veces se ajustó su práctica arquitectónica: el hallazgo de un lenguaje del todo coherente con el sentido de la realidad. Si la imagen protagoniza hoy muchas de nuestras formas de vida y sustenta, en buena medida, la interacción de nuestro conocimiento social, la arquitectura ha de convertirse en lenguaje vivo que ejemplifique y, oriente el aluvión de la convivencia. Siendo la comunicación un problema, característico y básico, de nuestro tiempo, la expresión arquitectónica tiene que entrañar un lenguaje fidedigno y habrá de corresponder al proyecto el papel de medio o método, capaz de traducir, sin concesiones ni veladuras, el contexto de los procesos culturales, conformadores del medio ambiente, del entorno vital. El ideal de un lenguaje único, integrador, desde el punto de vista expresivo, de las leyes de la realidad, ha de dar paso a un metalenguaje o código convenido, raíz y sustento de un modelo polimorfo, en el que puedan inscribirse las leyes de la realidad, por lo que hace, cuando menos, a sus contenidos más esenciales. Fernández Alba propone una pedagogía destinada, mediante procesos objetivos, a la relación esencial y enriquecedora de las partes con el todo (muy de acuerdo con las modernas corrientes estructualistas cuya presencia viva en el pensamiento arquitectónico y en la obra de nuestro personaje nos fue dado glosar en reciente ocasión).
Imposible citar siquiera, sin exceder nuestro cometido, los puntos programáticos en que Fernández Alba fundamenta próximamente su labor didáctica: el diseño en la construcción de la realidad, los sistemas formales abiertos y los cerrados, la objetivación formal de la expresividad humana, el pensamiento sincrético y el pensamiento abstracto... Entienda el lector en la sucesión de estos puntos suspensivos el despligue metodológico y actualizado de una concepción de la enseñanza que, lejos de reflejar una hermosa utopía u obedecer a los postulados de una ideología abstracta o transplantar en vano a nuestro suelo conceptos y experiencias de innegable eficacia en otras latitudes, quiere ajustarse estrictamente a la realidad española, responder al ámbito (social, cultural, económico...) de su efectivo desarrollo y, de espaldas a todo reclamo utópico, hermanar la teoría con la práctica. Puntos. como el de la activa relación del maestro con el discípulo, la consideración primordial de la actividad humana en todo trabajo de aprendizaje, la práctica didáctica en conexión siempre con la realidad, o el del salario a que, en virtud de su operatividad, es acreedor el alumno..., certifican, junto a su complexión cultural, la experiencia de quien ejerció cumplidamente, en tiempo e intensidad, la enseñanza de la arquitectura y hoy retorna dispuesto a proseguir, desde dentro, el renovado propósito de una vocación irrenunciable, consciente del presente en curso y abierta a la inminencia de un futuro ineludible.
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