INTRODUCCIÓN
Seguro estaba yo de que esta propuesta (hoy hecho consumado) de escudo
y bandera para la Comunidad de Madrid iba a desatar, y bien desatados,
los extremos de la polémica. ¿No los desató la
constitución de la propia Comunidad, con el inevitable coro de
defensores y detractores? Es, a fin de cuentas, la novedad la que por
sí misma merece de unos el aplauso y la repulsa de otros, aun
yendo de por medio la Historia. Todo ha venido punto por punto a producirse,
y para bien, conforme a lo esperado; que contrastar libremente opiniones
signo es de democracia. Vieron la luz bandera y escudo con acentos de
polémica y visos de "parcialidad", a tenor, literalmente,
de la "parte" o "partido" que cada quien tomó
en el lance.
Y volvieron las aguas a su curso dejando, eso sí, el más
variopinto repertorio de juicios que imaginarse usted pueda y pienso
yo recoger en un libro de próxima edición. Los argumentos
que ofrecí en la propuesta inicial se repiten ahora tal cual
entonces fueron enunciados, salvo levísima corrección,
para que sea usted, querido conciudadano, el que juzgue acerca de su
fundamento histórico y adecuación a la nueva realidad.
También son los mismos los testimonios que entonces apoyaban
de entrada mi relato y ahora reproduzco poco menos que al pie de la
letra.
Débese el primero de ellos a la bien cortada pluma de José
María Bernáldez Montalvo, cuya cita se me hace inexcusable
a la hora de explicar lo que no es y lo que debe ser el escudo de la
Villa y Corte. En no lejano estudio por él publicado' se disipan
dudas y esclarecen historias en torno a las armas y motivos del escudo
de Madrid. Nada falta y nada sobra si no es, por fortuna, la irónica
galanura del lenguaje abundoso por rico y bien tramado. Quien, partiendo
del escudo de la Villa y Corte, pretenda en parte reducir sus armas
y en parte extenderlas a la nueva realidad autonómica madrileña,
habrá de tomar muy en cuenta el ensayo de Bernáldez, en
la seguridad de que es suelo firme el que pisa.
Al lado de este testimonio se me antoja oportuno traer a la letra otro
de muy distintas e incluso antagónicas virtudes; que virtudes
son las que adornan de sencillez y claridad el documento dado a la luz
por Joaquín Carrascosa y pulcramente ilustrado por Rufino Vega.
Ni pretensión, ni suficiencia; pura v simple llaneza. No, no
entra el autor en precisiones históricas o adornos bibliográficos.
Se limita tan sólo a descubrir los escudos que, con fundamento
o sin él, se citan como propios de Madrid (y pueden dar pie a
la propuesta reductiva y extensiva del que distinguirá el de
su Comunidad Autónoma). Debidamente ilustrados, nueve son los
escudos que Carrascosa nos brinda con su respectiva fecha y la ocasión,
fidedigna o no, de su origen próximo o remoto. Rezuman te de
buen deseo, el opósculo de Joaquín Carrascosa es el de
un madrileñista convicto que a su afición heráldica
agrega el dato profesional (no poco emotivo) de su pertenencia al cuadro
de oficiales de la Policía Municipal de Madrid.
Luminoso en todos sus aspectos, ajustado a ciencia heráldica
e intransigente ante cualquier tipo de concesión histórica,
el ensayo de Bernáldez Montalvo no parece sino espejo o modelo
más y más diáfano y atrayente cuanto más
y más descuellan, como dije, en su pluma elegancia y justeza,
ironía y sabor del buen decir. Ni uno solo de los documentos
traídos por Bernáldez a la glosa se ve libre del oportuno
matiz o de la prueba de fuego que la Historia (magistralmente indagada
y recurrida) por sí misma en cada caso exige.
El trabajo de Carrascosa se sitúa, vale decir, en las antípodas,
sin que por ello desprovisto se vea de las virtudes ya señaladas.
Su autor se limita a aportar testimonios con su respectiva ilustración,
rehuyendo el entrar en la verdad o en el error histórico que
pueda subyacerles. Se contenta con darnos fe de "lo que hay"
(o de lo que él encontró), excluida toda cuestión
en cuanto a fundamento probado o simple verosimilitud.
De tan dispar alcance, uno y otro estudio vienen a coincidir en el dato
de su propia actualidad. Son, me creo, los dos documentos que más
recientemente han visto la letra impresa, aunque la noticia les venga,
naturalmente, de antiguo. No habrá por mi parte otra cita que
la que en ambos pueda comprobarse. La afirmación, la negación
o la duda habrán, pues, de verse cotejadas en sus páginas
respectivas, y en la inevitable referencia a la "Declaración
de las armas de Madrid", debida a la pluma de Juan López
de Hoyos, cuyo texto del XVI transcribo del que Mesonero Romanos incluye
en su "Antiguo Madrid", de reciente edición facsímil.
Cada uno a su aire nos habla, en fin, de lo que con error o certeza
se dice que fue. Mi propuesta, a tenor de la nueva circunstancia autonómica,
tratará de lo que debe ser.