Hay en Madrid un paraje abierto
de par en par, y medianería por medianería, a la cuenta
encadenada de cinco siglos. A unos pasos de él se asientan tres
iglesias (la de San Andrés, la capilla del Obispo y la de San
Isidro), con otras tantas centurias a cuestas, en una sola, y seis plazas
(las de la Paja, de los Carros, de Puerta de Moros, del Humilladero,
de San Andrés y de la Cebada) se suceden sin solución
de continuidad, haciéndosele harto difícil al paseante
advertir dónde acaba cualquiera de ellas y comienza la otra.
¡El ejemplo, en un puño, de la ciudad antigua!.
No son hoy pocos (Leonardo Benévolo a la cabeza) los tratadistas
que apuestan por el "modelo de la ciudad antigua" a la hora
de pensar en el feliz desarrollo, si posible fuera, de la nueva. Y es
el estrepitoso fracaso del "modelo desarrollista" (y de la
presunta "ciencia urbanística" en que se apoyó
o lo apoyaron) el que, sin el recurso a otras razones, les lleva a fijar
la mirada y la atención en la ciudad de antaño; en aquel
"tiempo largo", más bien de maduración, de reflexión,
de experiencia... en que las casas se iban alzando, siglo por siglo,
a favor de su propio, ponderado y muy razonable despliegue.
¿Siglo por siglo? Cinco son, como dije, los que sin solución
de continuidad conforman y contemplan el hacerse y el mostrarse de la
plaza de la Villa, a los pies mismos (¿todo un aviso?) del Ayuntamiento.
O al revés. Cinco son los edificios que en un puño abarcan
la sucesión de otras tantas centurias en el corazón de
la ciudad, en el más municipal de sus enclaves. Y así,
y allí sita, del siglo XV es la Casa y Torre de los Lujanes,
donde la tradición sugiere que tras la batalla de Pavía,
y a consecuencia de ella, estuvo prisionero Francisco I de Francia.
El inmueble que a seguido del anterior se contempla es del siglo XVI.
Casa la dicen de Cisneros, y no faltan quienes afirman, con error, que
desde su balcón, y mostrando los cañones dispuestos en
el zaguán, pronunció el cardenal regente la célebre
frase disuasoria a oídos de los nobles que cuestionaban su mandato:
"¡Estos son mis poderes!" Mal, sin embargo, pudo ser
éste (y sí la inmediata y ya citada plaza de la Paja)
el escenario de la querella entre la aristocracia y el purpurado con
sólo tener en cuenta que la casa fue construida, años
después de la muerte de éste, por su sobrino y heredero
Benito Jiménez de Cisneros.
Del siglo XVI se va al XVII por un paso elevado, que une esta casa de
Cisneros (dependencia hoy municipal) al edificio del Ayuntamiento propiamente
dicho. Duraron las obras (¡aquél sí que fue "tiempo
largo"!) el doble que las de El Escorial, habiendo intervenido
en ellas 14 arquitectos: Gómez de Mora, Pedro Pedrosa, Cristóbal
de Aguilera, Alonso Carbonell, José Villarroel, el hermano Bautista,
fray Francisco de San José, Bartolomé Hurtado, Marcos
López, José del Olmo, Teodoro Ardemans, Miguel Arredondo,
José Gassén y Andrés Hurtado.
Del siglo XVII se transita al XVIII sin necesidad de pasadizo alguno.
Basta con volver la esquina y observar la fachada que da a la calle
Mayor, tal cual la dejó trazada (entre 1771 y 1778) Juan de Villanueva
para que la reina contemplase, desde la columnata y la balaustrada en
ella abiertas, la procesión del Corpus. Se completa el ciclo
con el edificio que da a la otra esquina de la calle Mayor, alzado,
en el siglo XIX, por el conde Oñate y convertido luego (y así
sigue) en casa de viviendas. El centro de la plaza acoge, desde 1891
(?) la estatua de don Álvaro de Bazán, marqués
de Santa Cruz. Es de bronce y se debe a las artes y oficios de Mariano
Beniliure.
Vale la pena, en fin, señalar que el Ayuntamiento madrileño
tuvo siempre su sede, ya que no en el mismo edificio, en el mismo enclave.
Tanto el "concejo abierto" como el "regimiento"
creado por Alfonso XI se reunían en la desaparecida iglesia de
El Salvador, de la que el Ayuntamiento pasó directamente (y a
una mano de la mano) a la actual casa de la Villa. Bien está
que así lo advierta al paseante la lápida colocada en
la fachada del edificio que se alzó en el lugar donde estuvo
(al lado mismo, insisto, de la actual sede municipal) el antiguo templo
de El Salvador.
A las puertas mismas, pues, del Ayuntamiento se regala a la admiración
del vecindario el "modelo de la ciudad antigua" como espejo
ideal de la nueva y como pálpito, también de un "tiempo
largo" de maduración frente al "stress" en que
el hombre consume hoy su suelo, su morada y su propia existencia. ¡Cinco
siglos impresos en otros tantos edificios asentados, sin solución
de continuidad, en el corazón de la urbe! Caso único,
posiblemente, en el mundo como para que la Corporación (cualquiera
que sea su color político) no lo tome en cuenta antes de lanzarse
al consabido "proyecto desarrollista", esto es, a la catástrofe.
Santiago Amón
Cámara de Comercio e Industria de Madrid - Mayo 1988